Jurar, maldecir, odiar
Una estas tres palabras jurar, maldecir, odiar y habrá descubierto la fórmula de la infelicidad. La palabra de Dios advierte sobre cada una de ellas: “no juren en falso. No juren en absoluto: ni por el cielo, que es el trono de Dos; ni por la tierra, que es estrado de sus pies”. (Mateo 5, 33-37); bendigan a los que los maldicen (Lucas 6, 28); “quien odia a su hermano es homicida” (1 Juan 3, 15).
Es determinante en la vida de un cristiano que elimine de su vocabulario las expresiones que conduzcan a comprometerse con un juramento que nunca cumplirá, una maldición que le rebotará y un odio que nunca apagará la sed de venganza.
Teniendo en cuenta que Dios siempre está dispuesto a cargar sobre sus hombros la pesada carga de nuestras aberraciones y falsías, es importante que no caigamos en el error de encender la hoguera de nuestras frustraciones con términos que van sembrando intranquilidad y construyendo los cimientos que propician el aniquilamiento de la paz y el sosiego.
Por tanto, es de considerar siempre el no incurrir en el error de encender la hoguera de nuestras frustraciones con vocablos que van sembrando poco a poco la intranquilidad que atenta contra la paz interior, y construyendo los cimientos que propician la aflicción y el desconsuelo.