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Tiro de gracia

Gracias, Acroarte

Recuento: Aquellos jóvenes fueron de mi absoluta y verdadera creación. Arrastran mis virtudes y defectos. No los formé por ser “hijos de papá”.

Mi hija Anet, con s incera elegancia, me abrió la memoria: el mérito de contar con el apoyo de Miguel Franjul al nombrar a quien esto escribe como coordinador de “Periodista por un Año”, ante la partida de su fundador Cherny Reyes, fue determinante en mi vida.

“-Papi, el Listín creó la infraestructura para el programa y Franjul confió en ti. Pero debes reconocer que para esos jóvenes, con independencia de tu dedicación, tu entrega y de la creatividad de tu amigo Cherny Reyes, fue muy importante iniciar su vida laboral en el Decano de la Prensa Dominicana. Fue un impacto y dieron lo mejor”.

Tenía razón. El Listín acogió la idea de Reyes, pero Franjul me entregó la bandera inmediatamene después de su partida. Me permitió ampliar la pasantía y crear un programa de charlas, visitas, viajes a provincias, encuentros y cineforums con esos muchachos que todavía no habían salido de las aulas. Y lo hice. A él se lo debo. Nunca pedí aumento salarial.

Lo que Anet desconocía ocurrió once años antes, cuando también fui editor del desaparecido vespertino La Nación, sin una infraestructura, y sin la presencia aún de Franjul como director allí.

Ante el cúmulo de trabajo (tres páginas culturales diarias y un suplemento dominical) el entonces subdirector de aquel vespertino, Generoso Ledesma, me permitió reunir un grupo de pasantes para tamaña responsabilidad.

Por esos tiempos mi perfecto estado de salud me perimitía recorrer Santo Domingo en busca de futuros periodistas para laborar a mi lado sin la estructura de un programa oficial, y sin retribución económica alguna. Solo contaban con mi palabra, las páginas en blanco, la delgadez de mi lengua y mi manía de sacarlos adelante. Para ellos eso era suficiente.

La Universidad Autónoma de Santo Domigo y la Universidad Católica junto con la INTEC fueron las más favorecidas. Logré que valiosas y valiosos estudiantes que hoy son figuras nacionales, profesores y empresarios independientes vieran sus firmas por primera vez en un periódico y conocieran los distintos secretos y oficios de la prensa escrita.

Corría 1996 y los nombres de Yvonne Francisco, Julissa Lorenzo, Rosario Medina Gómez, Hyden Carrón, Orlando R. Martínez, Emelyn Baldera, Máximo Jiménez, Mariel Acuña, Raúl Miranda, Vielka Guzmán, Tania Polanco, Yendy Jiménez, Rolando Fiallo y Fernando Castillo, entre otros, no abandonaron mi pequeña barcaza, y solo lo hicieron cuando aquel diario cerró definitivamente.

Algunos, y gracias al apoyo de Franjul, logré incorporarlos como redactores al Listín Diario, y juntos demostré que la avanzada juvenil poseía su voz propia. Hacían periodismo. Otros continuaron a mi lado como colaboradores. Y el resto siguió su rumbo, siempre llevando gratitud a este redactor en sus cabezas.

Mariel Acuña se especializó en el mundo gráfico y llegó a ser la Editora de Diseño del matutino gratuito del Listín “El Expreso”, hasta que comprendió que ella podía abrir su propia empresa y crear periódicos, revistas y libros para diversos clientes. En ella hallé a una aliada que me ha privilegiado con su amistad. Algunas de mis mejores entrevistas y reportajes de entonces llevan también su firma.

Siempre he creído en Emelyn Baldera, la única mujer que en dos ocasiones ha sido presidenta de Acroarte. Fue mi hija inseparabe. Y hasta cuidé de su primer embarazo. Su primogétina, Maxlyn, veinteañera ahora, me llama “abuelo”. Cuando Maxlyn era un amoroso feto, Emelyn se ganaba la vida en la empresa Calmaquid y yo le instaba para que nunca dejara de escribir. Corrían “años duros” para una muchacha como ella, embazada y con raíz de periodista y decidí buscar personalmente sus manuscritos (no existía aún internet) a su trabajo para multiplicar su palabra. En aquellos años de formación, ella también entrevistó a figuras emblemáticas de la cutura nacional. Me emocionó cuando fue nombrada redactora de Listín Diario en la sección Ciudad, junto a la experimentada Matilde Fabián. Llegó a conocer Santo Domingo mejor que muchos síndicos de entonces.

Su esposo, Máximo Jiménez, también fue presidente de Acroarte. Logró una plaza de Redactor en el desaparecido matutino El Siglo, pero esto no le impidió ser parte importante de nuestro proyecto en La Nación. Durante varios meses lo acompañe con mi hijo Luis Ernesto en un espacio televisivo sobre cine. También prologó mi primer libro de crónicas “Desde la última butaca”. De mi parte, colaboré en la publicación de su tomo “Cineguía”, además de visitar asiduamente el comercio de películas que rentó con muchos sacrificios.

Ellos son mi gran familia de luchadores contracorriente.

Ese fue mi primer equipo de jóvenes pasantes. Al que me integré también como soldado. Sin ellos, no hubiera recibido el premio meritorio de Acroarte. Son parte de mi vida. Mi hija Anet no conocía esta historia.

Aquellos muchachos de 1996 a 2000 fueron de absoluta y verdadera creación. Arrastran mis virtudes y defectos. No los formé como revisteros lights, ni como “hijos de papá”. Siempre discutíamos de tú a tú y aprendí mucho de ellos más que ellos de mí. Son la diferencia.

Malo o bueno, ese programa nadie me lo podrá robar ni minimizar. Con ellos nació para la República Dominicana una nueva generación de profesionales de la comunicación. Sus continuadores de hoy, habrían sido como ellos.

Igual que los deportistas conservan sus medallas, los maestros sus diplomas y los médicos sus trofeos, tengo en mi escritorio la estatuilla de Acroarte. Esa distinción no nació por amiguismo, sino por el voto de un jurado. Significa, también, mi premio Nobel.

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