La alcancía del conocimiento

“¡Oh Thot, vas a crear así una raza enojosa y charlatana, una raza de falsos sabios, de sabios ilusos, que creen saber de todo, cuando en realidad no saben nada!” (Invocación a Thot, el dios de la sabiduría en la mitología egipcia).

Sin pretensiones de ser un gramático ni nada por el estilo, veo con mucha preocupación lo que ocurre en el mundo académico de hoy con lo que podría llamarse “el festival de los posgrados”. En la pelea por sobrevivir ante la descontrolada proliferación de instituciones de su género, muchas de las universidades de hoy -de aquí y de otras latitudes- han emprendido una carrera loca en la oferta de estudios de posgrados sin ningún requisito previo, relativo a las competencias de quienes aspiran a realizar tales estudios.

Pero, en mí, la cuestión pasa de preocupación a tristeza cuando veo que, por pura vanidad, una miríada de supuestos profesionales de todas las ramas, en muchos casos semianalfabetos, pagan para titularse como doctores o maestros en infinidad de áreas. En estos días vi que uno de estos tontos, a quien he visto escribir cebolla con “S”, publicaba en las redes que se encontraba en un lugar extranjero aprendiendo sobre filosofía y argumentación jurídica. ¡Válgame Dios! ¡Necio, pero si no sabes escribir cebolla!

Alguien que no conoce los rudimentos de la gramática, ignorante de que existen verbos copulativos, predicativos, transitivos, intransitivos; que desconoce que el verbo se conjuga para expresar los accidentes gramaticales de tiempo, persona, número, modo y voz; que tampoco conoce los regímenes preposicional y adverbial, en fin, que no sabe cuántas ni cuáles son las categorías gramaticales, ¿cómo pretende que puede decir a nadie que en 15 días aprendió filosofía, y más aún, filosofía para argumentar jurídicamente?

Fuera interesante conocer el maestro que, no solo le enseñó en quince días las filosofías analítica y del lenguaje, sino también los conocimientos de óntica, semántica, tópica jurídica, fenomenología, y como colofón, epistemología y hermenéutica que lo pondrán en condición de no seguir pasando vergüenza -como ha dicho en ocasiones Julio Cury- respecto de los abogados que sí son doctos. A estos posgrados se les suele llamar ágrafos: sus titulares tampoco saben escribir. ¡Esto es más destructivo que el algoritmo de Darwin! Porque, como decía Derrida: “...no hay nada fuera del texto”. ¡Pobres clientes! Señores, el conocimiento es una alcancía, recibe una moneda a la vez, demanda tiempo y esfuerzo. Y “los sobacos” no leen.

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