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Orlando: un crimen entre dolor, descuido y reflexion

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José Miguel Vásquez GarcíaSanto Domingo

Al cobarde asesinato de Orlando Jorge Mera, se le podrán dar muchas lecturas, pero nunca encajará aquella que pretenda negarle sus virtudes de hombre humilde, conciliador, razonable, discreto y que pretenda cuestionar su gran integridad moral.

Tengo suficientes razones para hablar de Orlando. Hijo de un expresidente, que fue sometido a las crueles humillaciones, en medio de pasiones políticas y luchas de intereses económicas, situación que tuvo que vivir en el umbral de su juventud, teniendo como analgésico, la llegada de su primer hijo, hecho que amortiguó los terribles golpes emocionales.

A temprana edad fue secretario general del Partido Revolucionario Dominicano, fue Secretario de Estado y Presidente del Instituto Dominicano de Telecomunicaciones (INDOTEL), fue candidato a la senaduría de Santiago, fue delegado político del Partido Revolucionario Moderno, en medio de las elecciones más traumáticas y única suspendida en la historia de la vida democracia dominicana, en la cual jugó un papel trascendental aquella noche de incertidumbre, entre autoridades de la Junta y nosotros los delegados .

Fui el abogado que encabezaba el equipo de estrategia que lo enfrentó en el proceso disciplinario interno del PRD; tuve la difícil tarea de confrontarlo en las batallas frente al Tribunal Superior Electoral, donde se desarrollaba una despiadada confrontación entre las partes envueltas, eran momentos en que se debatía, no solo la propiedad del partido más grande de la República, sino el destino de la vida política de sus actores.

Yo sí puedo hablar del corazón noble de Orlando. A pesar de la crueldad del proceso, al bajar de estrado, nos saludábamos y con gesto de hermandad, uno u otro, tratábamos de emitir expresiones de cortesía y a veces de desagravio, como un modo de pedirnos disculpas por encontrarnos en medio de una guerra que ninguno de los dos habíamos provocado.

Luego tuvimos mucho tiempo sentándonos uno al lado de otro, en la primera fila, frente al pleno de la Junta Central Electoral, en las acostumbradas reuniones. En las primeras ocasiones, en mi calidad de delegado número uno ante la JCE, luego pase a ser el número tres y él pasó a ser el número dos, pero siempre uno al lado del otro, en algunos casos, comentábamos a pesar de estar confrontados.

Nos unía el pasado y pactamos compromisos con el futuro, así fluían unas relaciones sanas. Me pidió una copia de mi tesis de grado, la cual le envié, se trataba de un estudio sobre el juicio que se elaboró en contra de su padre, cuyo título es, “Desequilibrio jurídico en el caso Jorge Blanco”, estudio que generó más de seis incidentes en la defensa de Jorge Blanco, barra que logró tener acceso a esas informaciones, por las facilidades que tuve en mi condición de estudiante.

Luego de mi renuncia del PRD en 2020, nuestras relaciones se estrecharon aún más, al punto de consultarnos temas con mucha frecuencia, pero siempre bajo el manto de la discrecionalidad, por su propio modelo de conducta, como, por el hecho de mantenerme al margen partidario. Recuerdo que en algunas ocasiones me dijo, que lo llegaron a cuestionar por defender a su verdugo, refiriéndose a mí, comentarios que me hacía riéndose y me defendía con argumentos que los dejo a la discrecionalidad de esos referidos amigos.

Ese fatal lunes 6 de junio, antes del mediodía, me escribe mi hermano y me informa del suceso, lógico, no lo creí, pero busque en mi celular para procurar más informaciones, y ahí, veo un mensaje de Orlando, donde me dice que estuvo fuera del país, pero que quiere verme el martes a las 7pm en su despacho. Combinaciones de sentimientos me embargaron, procuré la soledad en medio del bullicio, impotencia, dolor, pesadilla, maldiciones, nada me satisfizo. Sali de ese ambiente a encontrarme conmigo mismo. Una maldita basura humana había destrozado la vida de un ser brillante.

Ese martes a las 7 de la noche, acudí al encuentro, no en el lugar acostumbrado, sino al sombrío y caluroso ambiente, donde decenas de personas hacían fila para entrar a saludar a la familia, donde Orlando, su hijo, recibía a cada uno. A pesar de encontrarme con varios conocidos, procuré estar solo, me exoneraron de la larga fila y allí cumplí con el deseo del hermano. Ahí estuve acompañándolo, distante de todos, pero cerca de la armadura que contenía su cuerpo.

Nuestras leyes no contienen una sanción que pueda compensar el cobarde y calculado crimen. Un horrendo asesinato que consternó a todo el pueblo dominicano; amigos que nunca lo vieron en persona me llamaban, unos me dijeron que se sentían destrozados, otros que no le dio deseos de ir al trabajo, otros que habían llorado sin conocerlo, pero todos coincidían en reconocerle dotes de gran ser humano. Lo peor de todo, es que un amigo me llama y me pide mi opinión, en razón de que el asesino confeso no tenía abogado. Ironía de la vida.

En definitiva, este horrendo crimen compromete al Estado dominicano, porque está obligado a enmendar varios temas, no solo de seguridad de la persona física y jurídica, no, lo compromete para el rediseño de la política contra la corrupción, un mal endémico que es parte de la cultura política, a la que ORLANDO se resistió, a la que no accedió, con lo cual compró el boleto de la muerte.

Su muerte se convierte en una denuncia a las diferentes modalidades de corrupción, en los que, algunos familiares, amigos, compañeros, empresarios se sienten con el derecho de ser beneficiado con actos reñidos con la ley, por sostener algún vínculo con el funcionario o por haber aportado a una campaña, luego quieren sacar facturas; otros casos, esas personas, bajo la sombrilla del funcionario, a espaldas de este, pero aguareciéndose en el vínculo, le cogen dinero a terceros interesados, bajo el discurso de que ese funcionario le va a resolver por ese monto, sin que este tenga la más ligera sospecha del hecho.

Es necesario reflexionar sobre la modalidad de campaña, todo esto se interrelaciona, a la medida que la campaña se encarece, a esa medida el candidato se compromete más y el modo de compensar esa inversión adquiere matices dolosos. Aunque respetando la distancia del presente caso, diferente a muchos otros, el asesino, lleno de sentimientos mezquinos, resentido por sus fracasos, con frustraciones y traumas psiquiátricos severos, no podía aceptar el éxito de Orlando frente al derrotero de su persona y lo más cómodo para esa mente perversa, era, imputarle a “su amigo” Orlando, ser el causante de todos sus males, es por ello que fragua, cautelosamente su diabólico plan.

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