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EN SALUD, ARTE Y SOCIEDAD

RD, entre Durkheim, la anomia y el riesgo de estanflación

En una coyuntura internacional retadora, Abinader administra esta cultura política emponzoñada por la anomia, la enajenación y el hedonismo.

Contra sus esfuerzos, la delincuencia irrumpe en violencia, alcanzando los despachos camuflada de amistad, engañando porque los amigos ni se matan ni se dañan.

Son múltiples las causas.

Interconectadas, las naciones están expuestas al contagio. Aquí aumenta con cada deportado por USA.

Lo ocurrido en aquellas ciudades del primer al último mundo ¿es modelo para alguien?

¿Qué de común tiene la anomia de sociedades tan distantes geográficamente, en desarrollo económico social y en el índice de desarrollo humano?

¿Las nutren esos medios de principalía noticiosa global, publicando lo peor, en un ejercicio morboso de la información? Inventando historias rayanas en fake news, licuando la función informativo-objetiva para cimentar otra: político-económica e ideológica; vinculada a intereses de grupos y a anclajes imperiales, geopolíticos. Propaganda y agitación. Morbo, sadismo y crueldad.

Las coberturas de la guerra de Ucrania fueron declaradas “guerra de discursos”. Desde la óptica ética y cultural, es aviesa esta desinformación deliberada. Trozos de hechos, “enfoques” bizarros y egoístas capitalizan aquella atrocidad de muertos y ciudades destruidas.

¿Cortina para cubrir lo propio?

Por doquier, hiperbolizado lo singular. Drama, adversidad y tragedias singulares, generalizadas. La gente ¿qué puede ganar?

Entiende que nada y escapa. Hastiada, hacia la indiferencia: un “¡qué me importa!” tan rotundo que evoca las advertencias de Brertold Brecht sobre ser indiferentes ante los guerreristas. La cultura forja lo humano, eterno y universal. Entre tanto, economías acorraladas reciben la alerta de estanflación, es decir de la avaricia ilimitada de las grandes corporaciones. Encarecen todo bajo el pretexto de “las leyes del mercado”. Desreguladas, quieren ríos revueltos: pobreza y delincuencia crecientes; más pandemias en floración.

Esencialmente, ¿somos iguales?, sin importar la residencia o economía donde se actúe.

La civilidad, ese valor prístino modelado en la cultura de espíritus humanizados, estalla en trozos de insatisfacciones, en el conflicto irresoluto de hoy: la antítesis y relatividad entre individuo y colectivo; legitimidad e infracción.

Esa anomia larvó en las campañas políticas: ferias de compromisos saldables sólo violando normas o agregando costos. El poder enseñó quien ha regido el ejercicio público es la anomia, no la Ley. Durkheim estaría devastado ante ese favorecer la anomia, pagando los “méritos” políticos (“militancias”, contribuciones) con indulgencias, protecciones y “facilidades” exclusivas.

Es lo que heredó Abinader ¿Su efecto? Riesgo de frustración acumulada, desesperanza. Escisión entre gobernantes y gobernados. Profusión del pasado virulento que hoy, aquí, riendo y gozando asecha, resistiéndose a perecer. Matando.

En el panorama que modeló, las historias individuales continúan formándose y, desde ellas, las psiquis personales y colectivas discurren atrapadas hasta coronarse en enajenación: vivir para tener, ser por el dinero, las propiedades, “lo gozao”. O asesinar.

Ese pasado celebra, cebándose en las actuales tasas de suicidios, consumo de sustancias prohibidas, delincuencia con fines hedonistas, supuesta “sobrevivencia” o por competencia de “puntos” y mercados; ríe ante la reducción del poder adquisitivo y ahora cifra su resurrección en la estanflación.

Feliz, espera que los cauces que pudrió rebosen los embalses oficiales. Su objetivo es implosionar el gobierno de Abinader.

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