COLABORACIÓN
Nuestra mayor riqueza
Seguro que un buen diagnóstico psiquiátrico expondría con claridad las razones de nuestro fetichismo insular… ese que nos deleita con la idea de ser tierra de primicias, prominencias, récords; nos gusta auto alabarnos, pero siempre en plan comparativo y denostativo con los demás países de la región: que si aeropuertos, infraestructuras viales, hoteleras, telecomunicaciones y un inmenso etc. Vistos los hechos, ahora que las bisagras del tiempo giran, que nada es seguro y que los sistemas de partidos políticos tradicionales de casi todo el continente han fracasado al momento de articular propuestas y respuestas a las necesidades estructurales históricas de la ciudadanía, acumuladas durante décadas de desidia y corrupción dirigencial; ahora que en muchos países las vías tradicionales han sido agotadas, superadas y desechadas, ahora es que bien valdría hacer el performance comparativo y sacar conclusiones.
Desde hace décadas se venía advirtiendo ese desgaste, fundamentado en torno al egoísmo y ceguera de los caudillos de turno de los principales partidos de la región, que apostaron más a su permanencia individual en la vigencia política, que a las alternancias y al relevo desde adentro. Las consecuencias están ahí, visibles tanto en Brasil, Chile, Perú, Salvador, y ahora, en el réquiem del Statu quo, Colombia, sola ante el abismo, sufriendo en carne propia el dilema del suicida, porque gane quien gane perderán… aunque quien verdaderamente perdió fue el sistema de partidos, que se agotó, devaluó y deslegitimó en el camino.
Con un 12.9% de su población entre 15 y 24 años y un 60.63% que no supera los 34 (2021) nuestra clase política pretende ignorar que en el país existe una masa crítica lo suficientemente volátil, maleable y manipulable como para decidir en mayoría cualquier alternativa, sin mucho pensarlo… o sin pensarlo siquiera. Pese a su precaria institucionalidad, nuestra sociedad ha demostrado en las peores circunstancias poder resolver y superar cualquier diferendo o crisis, dialogando. El mecanismo de movilidad social aún funciona y no es excluyente, y pese a las falencias en servicios básicos, vulneración de derechos, etc., los indicadores de calidad de vida han crecido de manera ininterrumpida y sostenida en las últimas tres décadas.
El desafío es que los políticos entiendan que en estos tiempos, nada es para siempre, y la mayor derrota no sería perder unas elecciones, sino perder la fe en los políticos. Existe un consenso que va desde los poderes fácticos hasta el simple ciudadano, de que aún estamos a tiempo de conjurar a cualquier encantador de serpientes o vendedor de sueños, de que estamos a tiempo de preservar nuestra mayor riqueza: nuestra democracia.