Opinión

Gustavo Petro, ¿el Chávez colombiano?

Rolkin Lorenzo JiménezSanto Domingo

“Los venezolanos también querían un cambio, y les tocó cambiar de país. Cualquier cosa menos él”, así reza una valla publicitaria en una de las carreteras de Colombia, en clara alusión al candidato presidencial de izquierda, Gustavo Petro, quien aparece puntero en las preferencias de cara a la primera vuelta de las elecciones presidenciales de este domingo 29 de mayo.

Los adversarios del candidato del denominado Pacto Histórico han centrado su campaña en asemejar un eventual accionar gubernamental de Petro con el del fenecido presidente venezolano Hugo Chávez, debido a los orígenes guerrilleros de Petro, quien fue miembro de la extinta guerrilla de extrema izquierda M-19. Sin embargo, somos de opinión que, si bien Petro al igual que Chávez ha profesado ideas marxistas, no es menos cierto que entre ambos dirigentes hay matices, especialmente en lo concerniente a sus orígenes políticos y discurrir institucional.

Como es de conocimiento, Chávez no militó en ningún movimiento insurgente en Venezuela. Muy por el contrario, el caudillo bolivariano provenía de las propias instituciones tradicionales venezolanas, específicamente de las Fuerzas Armadas, institución en la que desde 1982 venía tomando forma una tendencia de izquierda, que el 4 de febrero de 1992 efectuó un fallido intento de golpe de Estado liderado por Chávez contra el entonces presidente Carlos Andrés Pérez.

Al momento de Chávez ascender democráticamente al poder en 1998, no registraba en su hoja de vida experiencia alguna en la Administración civil, situación que explica en parte la improvisación con la que condujo a Venezuela.

Lo opuesto podría ocurrir a partir de agosto con Petro, quien, si bien inició su fogueo político en la insurgencia revolucionaria que, desde 1974, venía encabezando el M-19, no es menos cierto que desde 1991, con la disolución de esa guerrilla y su integración al juego democrático, Petro ha tenido una dilatada carrera en las instituciones públicas, ejerciendo como representante (diputado), alcalde de Bogotá y senador. A esto también se suma que desde 2010 ha optado tres veces por la Presidencia.

A nuestro modo de ver, la existencia de previa experiencia administrativa y electoral debe ser tomada en cuenta a la hora de analizar el nivel de amenaza que para la institucionalidad democrática pueda representar un candidato con propuestas que difieren con el statu quo. El hecho de que un exguerrillero haya ejercido importantes cargos en las instituciones democráticas modera y armoniza sus ideas con el sistema. Ese es el caso de Petro y no fue el de Chávez.

Otro aspecto a tener en cuenta es que, aunque tenga evidentes coincidencias ideológicas con el bolivarianismo, Petro no es un producto político del denominado Socialismo del Siglo XXI impulsado por Chávez en la primera década de este siglo. Tampoco lo es del castrismo que inspiró a gran parte de la insurgencia latinoamericana, pues no se puede perder de vista que la guerrilla de donde proviene, el M-19, no solo se diferenciaba de las FARC y del ELN por ser una guerrilla urbana integrada por estudiantes universitarios en su mayoría de clase media, sino también en lo concerniente a que se oponía tanto a la influencia estadounidense como a la soviética y a la cubana en los asuntos internos.

A pesar de su marcada diferencia con los demás grupos insurgentes, el accionar del M-19 no estuvo ajeno a la autoría y ejecución de hechos atroces, como fueron el secuestro de la embajada dominicana, el 27 de febrero de 1980, y la toma de la Corte Suprema de Justicia en 1985, acontecimiento en el que fallecieron los magistrados de ese alto tribunal.

Para bien o para mal, todo parece indicar que en Colombia se producirá un cambio con la novedosa elección de un antiguo guerrillero como presidente, con lo cual se rompería el centenario predominio de gobernantes vinculados directa o indirectamente a los partidos Liberal y Conservador. El probable gobierno de Petro estará lleno de incógnitas respecto a su vocación democrática. No obstante, consideramos que las instituciones de control en Colombia son tan sólidas, aunque perfectibles, que pueden detener cualquier proyecto autocrático. La institucionalidad colombiana dista en demasía del derrotero institucional que en 1998 pavimentó el camino para Chávez gobernar en Venezuela.