Tiro de gracia
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos
Cuando escribió el verso que encabeza esta crónica, Pablo Neruda sabía del pasado efímero. Aquel amor transcurrió, “casi desnudo, como los hijos de la mar”. Y no volvió la vista atrás. Se abrían ante él otros despertares, no cantados tal vez con la fuerza de aquel alumbramiento, pero tampoco, inferiores a su vocación amatoria. En cada puerto, una mujer espera y el cantor asume otra voz. Neruda lo sabía. Como también estaba convencido del carisma del poeta al trazar su propio rumbo sin las marcas del destino.
Resulta imposible aferrarse al pasado cuando enfrentamos un rostro distinto, con vestuario azul y lentes adecuados para no mirar solamente el lado claro de la vida.
No creo que cualquier tiempo pasado fuera mejor. Cada tiempo, al igual que cada poeta, trae su estilo, su propia voz. Hoy no escribimos como Ernest Hemingway, ni escuchamos los editoriales ejemplares de Edward R, Murrow contra el dogma y a favor de la libertad de su país. Hoy irrumpen aires sin rumores de aposento El equilibrio informático aplasta intereses porque no tiene compromisos con nadie.
Siempre la gente ha preferido ver o escuchar antes que leer. Y se olvida que la letra impresa no tiene orificios vulnerables.
En la República Dominicana una nueva generación de periodistas y comunicadores inunda los medios de difusión, escritos, radiales, televisivos y virtuales. Una nueva generación no conforme con licenciaturas obsoletas. Por eso busca mejores estudios, maestrías, becas internacionales y deseos de no limosnear bajos salarios ante empresarios que hacen un negocio de la prensa, ni escudarse en el silencio cómplice.
Esas nuevas voces no solo han salido del programa de pasantía de Listín Diario, sino de casi todos los medios, universidades y rincones que apuestan por miradas no complacientes; plumas que dan color y saben distinguir a las audiencias; no ocultan el lado oscuro de la noticia; no temen al desplante oficialista ni a la altivez empresarial. Ellos son profesionales distintos en tiempos donde la verdad se hace incómoda. Son los que encuentran lo que nosotros no pudimos ser. Se llaman, y a mucha honra, los periodistas del siglo XXI.
No conozco gremios, asociaciones, uniones o segmentos de prensa que apuesten a la juventud. Pero es innegable la gran masa de profesionales que todavía no sobrepasa los 35 años y llenan de prestigio el periodismo y reciben importantes galardones a nivel mundial. Son puntos de referencia en prestigiosos medios internacionales donde no predomina el compadreo, el amiguismo o el delirio de grandeza. Una vez le pregunté a mi colega Doris Pantaleón sobre la pujanza del Colegio Médico Dominicano al defender a sus galenos. Ella me respondió con la frase de uno de sus pasados directivos: “Si los periodistas fueran defendidos como nosotros defendemos al personal de salud, la prensa nacional sería otra cosa”.
Los médicos, al igual que los periodistas son profesionales con misiones distintas. Unos salvan vidas y los otros no le temen a la verdad. Unos se enfrentan al poder económico y otros al político. Unos van uniformados y otros llevan la palabra como fuerza. O como dice un lugar común: hablan por los que no tienen voz. Los periodistas salvan. Si en algo se puede sacar a la luz es su misión: esa que intenta ser aplastada o comprada por el poder.
En esta generación del siglo XXI tal vez hallemos el coraje que mi generación dejó a media asta. Un coraje similar al del escritor francés Emilio Zola cuando se apartó de sus novelas para escribir el célebre alegato “Yo acuso”, una carta abierta al presidente de la Francia de entonces, contra quienes degradaron, vejaron, humillaron y condenaron a cadena perpetua, en la Isla del Diablo, al capitán Alfred Dreyfus.
Reconozco el esfuerzo de los valientes comunicadores dominicanos del siglo XX. Pero hoy sobrevivimos en otro siglo, con otras reglas. Un siglo donde los de ayer estamos prestados.
Ahora, el profesional viste un ropaje más indócil. A los nuevos periodistas no les interesa portar carnets en decadencia, tarjetas de presentación, cenas, ni resorts gratuitos. Tampoco desean ingresar su voto en una urna de cartón para favorecer una plancha que desconocen.
A ellos no les mueve la diatriba, ni el diafragma tripartito. Solo quieren seguir adelante. Saben que han escogido una profesión incomprendida, demasiado útil para ser vilipendiada.
Y advierten su verdad: No publican para acabar con la vida de nadie, sino para advertir, sin pelos en la lengua, la urgencia de amar, y ser amados.