Opinión

TIRO DE GRACIA

Mi primera portada en Listín Diario

De lejos vi al Listín Diario como el motor del periodismo. En aquel los t iempos , incluir artículos, reportajes y crónicas en sus páginas era una aventura inalcanzable. Algo así como un velero al desgaire en altamar.

En el año 2000, cuando me informaron el cierre del vespertino La Nación y el nombramiento de Miguel Franjul al frente del “Decano de la prensa dominicana”, pensé seguirlo. Pero jamás imaginé en mi integración a ese diario como sub-editor del entonces muy leído suplemento impreso “Perspectivas”, dirigido por la inolvidable colega Vivian Jiménez.

Mi primer día en el Listín fue antológico. Me sentí privilegiado al conocer a Leo Santiago, Alfredo Olavarría, Doris Pantaleón, Elsy Fernández, Doris Javier, Cidy Roque, Carmenchu Brusiflof, Kilia Llano, Yoni Cruz, Zaida Cornielle, Miguel Gómez, Federico Cabrera, Juan Carlos Malone y demás profesionales de la comunicación que no dejaban de mirarme como a un extraño pez. También me reencontré con algunos colegas de los extintos periódicos El Siglo y La Nación, llegados al Listín unos meses antes o después.

El espacio de Perspectivas funcionaba al final de la redacción y sus muebles anticuados, al igual que sus obsoletas computadoras, relucían como símbolos de un tiempo resistido a morir.

Lo nuevo se abría paso. Sobrevivíamos juntando palabras.

Uno de aquellos días, el director me encomendó atender una denuncia de la Escuela Primaria y Liceo Nocturno “Unión Panamericana”, vecina de la empresa. Los visitantes me invitaron a recorrer las aulas y a comprobar la pestilencia proveniente del colindante Banco de Sangre. Me dijeron: “La docencia fue suspendida y mandamos a los niños a sus casas porque no hay quien soporte el mal olor”.

Nunca tuve sentido del olfato. Nací sin él. Pero las confesiones de los encargados docentes me resucitaron la facultad de descubrir el tufo pestilente que sentí en carne propia durante mi visita al centro escolar.

Salí de la escuela, regresé al Listín y publiqué la información. Franjul entendió que era importante y la colocó en Primera Plana. Al siguiente día recibí una llamada de la Cruz Roja. Era de su directora, la doctora Ligia Leroux quien me invitaba a un encuentro ese mismo día. No la hice esperar y asistí al Banco de Sangre. Allí, ella me recibió con su esmerada cordialidad, junto a un grupo de subdirectores y especialistas.

Como ella solo conoció lo acontecido a través del Listín, pidió a sus colaboradores una explicación frente a mí. Algunos trataron de justificar lo injustificable.

Después de las palabras pasamos a la acción. Recorrimos el área de donde provenía el mal olor. Hasta los perros realengos escarbaban en busca del preciado líquido, ya podrido, enterrado a poca profundidad.

Doña Ligia se molestó porque nadie le había informado sobre aquella irregularidad. Alguien argumentó la carencia de un espacio físico para destruir la sangre descompuesta, por lo que no quedaba otro remedio que sepultarla debajo el muro del Banco de Sangre, colindante con la escuela.

La doctora Leroux me prometió encargarse del asunto. A la semana siguiente me contactó para un nuevo recorrido. Me alegró ver a un grupo de obreros ampliando la altitud del muro de separación, a ladrillazo limpio para impedir que el mal olor continuara en la escuela vecina.

Listín Diario envió un fotorreportero y la favorable noticia fue también difundida en primera plana, aunque no como información principal.

Todos quedamos complacidos porque otra vez, el trabajo del periodista sirvió para algo. Quien no quedó complacida del todo fue la directora del plantel escolar. Aún se filtraba un chin de mal olor dentro de las aulas.

Veintidós años después de aquella historia, he vuelto a la escuela y al Banco de Sangre. Me acompañaron mis colegas Helenny Amparo y José Maldonado. Fui feliz en ambos sitios. Comprobé que las clases nunca más se han vuelto a suspender y el Banco de Sangre, completamente remozado, ha encontrado un espacio externo para destruir las pintas de sangre descompuestas. Y lo más importante fue que tanto en uno como en otro sitio reconocieron la visión de doña Ligia Leroux quien no escatimó esfuerzos ni recursos para borrar aquel lastre levantado a sus espaldas.

Tags relacionados