OTEANDO
La ‘literacidad’ de José Luis Taveras
El paisaje solo nos devuelve, como impresión, nuestro propio estado de ánimo proyectado previamente hacia él. Es como si nos leyera interiormente e hiciera desandar hasta nuestro particular y circunstancial estadio su calco más fiel. Lo propio ocurre con el contenido del poema, del verso o de la composición; devienen auténtica expresión de esa situación anímica que podemos, eventualmente, estar padeciendo o disfrutando. Pero, ¿es suficiente un determinado estado de ánimo para comunicar correctamente? ¿Es lo mismo hablar o escribir que comunicar?
Previa aclaración de que la voz “alfabetizar” implica la capacitación para el dominio de un código lingüístico limitado -sin que ello asegure la aptitud para entender lo leído ni la de darse a entender mediante la escritura-, Carmen Martínez Gimeno nos enseña el concepto, acuñado en el siglo pasado, de “literacidad” (o “literacia”), definido como el conjunto de competencias que permiten a una persona recibir información por medio de la lectura, analizarla y transformarla en conocimiento que después se consignará por escrito”. Y, al referirse con más detalle a la persona que posee tales competencias, la autora expresa: “se dice de ella que debe ser capaz de manejar, junto con el conocimiento lingüístico, los valores, sentimientos y juicios pertinentes para producir sus propias creaciones de significado y desarrollar el saber” (“La lengua destrabada”; Madrid, 2017).
En Santiago de los Caballeros tengo un entrañable amigo -cuya condición no es precisamente la que me induce a hacer esta apreciación- en quien se conjugan, de manera adicional a su hombría de bien, todas las competencias que se requieren para ser, como efectivamente lo es, un maestro de la composición, un gran escritor. Lo leo con avidez y fruición cada vez que se le ocurre escribir algo que me es accesible. Posee la habilidad, la cosmovisión y el genio suficiente como para que nadie que disfrute del “vicio impune” se permita posponer la lectura de lo que escriba. Él pone en sus artículos y escritos el empeño que un consagrado lapidario pone en el pulimento de un diamante y, con desenvuelta autoridad, hace visible lo oculto, paseándonos por una suerte de luminoso ejercicio hermenéutico que activa en sus lectores una genuina inclinación hacia el pensamiento. Si algún día llegara a ser estimado como escritor -en nuestro país o en el mundo-, confieso que me gustaría ser uno con la “literacidad” de que es dueño José Luis Taveras.