Opinión

PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA

Cómo los colegios sorprendieron a los jesuitas

Manuel Pablo Maza Miquel, S.J.Santo Domingo

Cuando el 21 julio de 1773, el papa Clemente XIV publicó el breve Dominus ac Redemptor suprimiendo la Compañía de Jesús en toda la Iglesia, los jesuitas dirigían 621 colegios extendidos por todos los continentes y ciudades como Santo Domingo y La Habana.

En vano usted buscará la palabra “colegio” en los documentos fundacionales de la Compañía de Jesús. Entonces se priorizaba la movilidad para asumir prestamente las misiones del Romano Pontífice. Sin embargo, desde antes de su aprobación oficial hubo jesuitas vinculados a la docencia. Por ejemplo, Fabro y Laínez dieron clases en Roma por mandato de Paulo III en 1537.

Antes se los primeros ensayos en Europa, en Goa, India, en 1543 Francisco Javier organizó clases “de lectura, escritura, gramática y catecismo” para jóvenes. Llegaron a ser 600 (Apuntes de Carlos Vázquez).

Cuando los primeros jesuitas hablaban de colegios, se referían a residencias para que los escolares jesuitas pudieran asistir a clases en prestigiosas universidades como París, Lovaina, Colonia, Padua, Alcalá, Valencia y Coimbra. Esas residencias, al principio tuvieron grandes problemas económicos. Pronto en ellas se organizaron “complementos” a la formación recibida en las universidades: repasos y repeticiones. Dos experiencias convirtieron a los colegios en uno de los apostolados prioritarios de la Compañía. Primera, en 1546, en Gandía, España, gracias a las gestiones de Francisco de Borja, un grupo de jóvenes seglares comenzaron a aprovechar las mismas clases que recibían los alumnos jesuitas. Como en Gandía no había universidad, todas las clases eran impartidas por jesuitas. Poco después, Paulo III le dio rango de universidad.

Segunda, el jesuita Jerónimo Doménech, entonces en labores pastorales en Sicilia, viendo los frutos del Colegio de Gandía, le escribió a San Ignacio en 1547: el Virrey y la alta sociedad estaban dispuestos a financiar los gastos de un colegio en Mesina abierto en su totalidad a alumnos laicos. Ignacio se esmeró como nunca, escogiendo para esa fundación a jesuitas de calibre internacional como Jerónimo Nadal y Pedro Canisio. El éxito fue tan notable, que Ignacio y compañeros apoyaron audazmente la fundación de nuevos colegios con una resolución que sorprende. Se sabe de cierto de 33 colegios ya abiertos en 1556, año de la muerte de Ignacio y otros 6 ya aprobados. En 1574 ya eran 163. (Manuel Revuelta, S.J. en el Diccionario de Espiritualidad SJ.)

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