Nietzsche, un "poeta maldito" entre la política, la locura y la creatividad
La acepción del tiempo como lo perpetuo (el perpetuo presente), precisa de una fertilización del pasado y una mirada hacia lo futuro, de lo cual se hace el presente mismo. Mármol, José. El concepto de poder en Nietzsche. Editora Búho, 2021. Santo Domingo, p. 204.
La segregación de Friedrich Nietzsche (Alemania, n 1844 † 1900) fue un acto volitivo, decimos resultado de su voluntad. Una sed de independencia y soledad absolutas que él proyectó hacia su “sistema” como acto de libertad. Es, nótese, el mayor paradigma del romanticismo. Se revela, en esta perspectiva, un romanticismo elevado al paroxismo en Nietzsche. Pasión tan firmemente asumida por su anclaje causal biológico y —socialmente— el deseo de venganza que animaba a la aristocracia desplazada ante un modelo económico social que había convertido a los viejos cortesanos en segundones y, políticamente, en iguales a los demás.
El mayor valor de la historia (la riqueza) no fue, en lo absoluto, atacado por este Nietzsche, cuyos niveles de desobediencia, es decir de desprecio radical y activo hacia todo valor excepto el tener y el poder, se patentizó en sus nociones voluntad y libertad. Rechazando todo, incluso lo que proponía, el anarquismo de Nietzsche supera el de Proudhon desde sus basamentos filosóficos conceptuales al entronar la propiedad (riqueza) y el poder como valores supremos, contrario a Proudhon para quien la propiedad era un robo y resultaba del trabajo (al igual que en C. Marx).
José Mármol, un joven se autoconstruye
El joven José Mármol ingresó al análisis de la obra de Friedrich Nietzsche intuyendo este carácter romántico y de aristocracia desplazada del autor al decir: “Nietzsche exaltó la nobleza y la aristocracia, de modo que se queda con los valores y el orden socio-económico feudales, antes que capitalista o imperialista” (p. 137).
Además de causas biológicas personales, el fragmentario “sistema” filosófico nietzscheano derivó de una megalomanía extrema. Afectado por ella, veía pequeño todo en derredor, incluyendo a las personas, las culturas (con sus creencias), los sistemas y líderes políticos, los más importantes periodos de la Historia y, especialmente, el aporte de los filósofos que le precedieron. Remontando su absolutismo personal, típico del rasgo romántico aducido, vivió. Ante sus ojos enfermos de la Supremacía del Yo, del Yo absoluto, todo poder y colectivo le parecieron impropios de la estatura individual: pequeños, si no insignificantes y, también, ilógicos.
Desde tal óptica y su soledad, también absolutas, no era dado a aceptar el carácter gregario de las especies, que lo gregario es, al menos desde el núcleo familiar, la primera garantía de la existencia. Que gracias a ese carácter gregario existían las sociedades y, desde estas, las civilizaciones. Que su aspecto distintivo era esa dualidad que él mismo planteaba de obedecer y mandar, un resultado final y espurio del acto realmente significativo: el Poder, el estado de sociedad. Ni siquiera en el Estado de naturaleza las especies se organizan sin suprimir/limitar la individualidad.
Irracionalismo y asistemicidad filosóficos en Nietzsche
Pero es que, como bien señaló el joven Mármol en su trabajo (1983) de tesis previamente referido, “Nietzsche habla sintomáticamente de cuestiones políticas”. Una afirmación extensible a su corpus discursivo: marcado densamente por la irracionalidad que le atribuye Lukács y que Mármol no comparte al expresar: “Ahora bien, Georg Lukács no acierta completamente al catalogar la obra de Nietzsche como «apologética indirecta del capitalismo», y a él mismo como «fundador del irracionalismo», así como precursor del nazismo y el III Reich hitlerianos”.
Es una afirmación desafiante para un joven que entonces contaba 23 años, más valiosa por mostrar el coraje de un espíritu doblemente discrepante —ante el Poder académico y ante determinados estamentos filosóficos vigentes— que por su exactitud ya que, en tanto crítica al socialismo desde los ámbitos del capitalismo y la defensa de la propiedad, esta crítica nietzscheana no podía menos que ser apologética de la propiedad y, por consiguiente, del capital; aún más al resaltar como virtud el acto explotador propio de la plusvalía, otorgándole legitimidad a un componente subsumido por él en su ideal supremo, la «voluntad» de vida y poder siendo, como era, el contravalor en la doctrina de los socialistas.
Para Nietzsche —cita mármol— la explotación “forma parte de la esencia de lo vivo, es su función orgánica (reproductiva) fundamental, es, en todo caso, una consecuencia de la «auténtica voluntad de poder», que es en todos sus cabales, «voluntad de vida» (p. 134).
El joven Mármol se adelantaba, adoptando una posición filosófica/ideológica que marcaría a los de su generación y a sus predecesores: el distanciamiento respecto a las doctrinas sobre alcanzar el poder por métodos violentos, incluyendo el socialismo.
En conjunto, el pensamiento político nietzscheano, tanto como incongruente, era anárquico, como referimos en la entrega anterior. Anarquía e irracionalidad nacidas de la condición social del autor, de la frustración histórica de una clase y de su condición mental. Mármol da cuenta de esta “asistemicidad” al expresar que “En medio de las contradicciones existentes en los juicios políticos de Nietzsche, una vez defiende y luego ataca a Bismark; identifica movimiento democrático y movimiento socialista y otras veces los separa; en ocasiones valora positivamente la democracia y de momento arremete contra ella en cuanto que amenaza a la aristocracia y a la nobleza…”, corolario de imputaciones que el joven mármol calificó de “pocos aciertos” (p. 134).
El grado de autovaloración hiperbólica hace que Nietzsche pretenda como propios aportes de sistemas y enfoques de filosofía política anteriores a él, como la calidad amoral de la política. Es harto conocido el origen antiquísimo de tal enfoque, presente desde que los territorios y sus sociedades fueron gobernadas por imperios, es decir por emperadores y bajo formas tiránicas. Sus figuras encumbradas subsumían en sí —en su persona?— el símbolo de este tipo de poder, batiburrillo de territorios, derechos, propiedades y vidas de los súbditos, sin necesidad, existencia o posibilidad de consecuencia o explicación más que ante las fuentes del Poder: las armas o las confabulaciones palaciegas. En Europa, este paradigma lo había generalizado Maquiavelo (Italia, n 1439 - †1527) desde 1449 (Discurso sobre la corte de Pisa) y, específicamente, 1513 (El Príncipe) para validar el poder monárquico absoluto, liberando de culpas religiosas o de otra índole a los “Príncipes”, como llamó a quienes lideraban la construcción de los Estado-nación entonces al amparo de las formaciones político-militares.
Importancia reviste la aspiración idílica de Nietzsche que resalta Mármol, por la cual le atribuimos un sesgo neoplatónico: “No acepta la sobreposición de la política partidaria a los criterios personales” (p. 133). Una crítica al verticalismo desde el punto de vista del derecho al libre pensamiento y a su libre expresión, resultantes ambos de la Comuna de París que él reprueba.
Anarquía, destrucción, locura y maldición en Friedrich Nietzsche
Lo importante es observar la incidencia de tres componentes en el pensamiento de Nietzsche: el romanticismo, el anarquismo y su enfermedad. Hablamos de determinantes biológicos-culturales.
Sólo conjugándolos bajo la óptica anárquica y megalómana podemos explicar que, pese a todo ese discurso sobre la voluntad, el poder y —especialmente— la libertad, su amistad con los Vagner (músico y esposa) se afectara irremediablemente por el chauvinismo y el antisemitismo de esa pareja, como señala Marcelo Miranda en su ensayo La demencia de Friedrich Nietzsche o ¿cómo puede modificar la creatividad una demencia?, publicado en la revista Médica Clínica, del hospital La Condes y la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile, Vol. 27, Núm 3, mayo 2016. Decimos que de haber sido así, como documentan las fuentes, Nietzsche no concedía a los demás los derechos que reclamaba para sí.
Según el precitado autor, la enfermedad de Nietzsche era hereditaria. Referenciando el ensayo Friedrich Nietzsche, mental Illness-general paresis of the insane vs frontotemporal dementia, publicado en Acta Psychiatr Scand, 116 (2006), pp. 439-445 y escrito por M. Orth y a M. Trimble, Miranda C. afirma: “En la historia familiar predominaban las enfermedades mentales: dos tías maternas tuvieron una enfermedad psiquiátrica, una de ellas se suicidó; un tío materno desarrolló un trastorno mental en la sexta década de la vida. Otro tío materno murió en un asilo. El padre de Nietzsche murió a los 35 años; se le describió como autista y que estuvo en ausencia meses previos al fallecimiento. La autopsia habría revelado un «reblandecimiento cerebral»”.
Este autor agrega que “No existe claridad de cuándo Friedrich Nietzsche inició los síntomas que lo llevaron a su deterioro cognitivo. Sus amigos lo describieron «extraño» en 1886, como ausente, «como que viniera de un país donde no hay habitantes». Mencionaron que su postura era menos orgullosa, había perdido su marcha solemne y su discurso fluente, haciéndose laborioso y entrecortado. También se puso negligente con su cuidado personal y el lugar donde vivía”.
Y continúa: “En Turín, donde llegó el 20 de septiembre de 1888, fue evidente su extraña conducta para Davide Fino, dueño del hotel donde se hospedó. En diciembre de 1888, solía hablar solo, cantar y bailar desnudo en su habitación. En sus cartas de octubre de 1888 a enero de 1889 se manifestó claro delirio megalomaníaco. Firmó sus misivas como «Fénix», «Anticristo» y «Dionisio» y envió cartas irreverentes al Káiser y a Bismark. Se llamó a sí mismo «el redentor de todos los milenios».
Y más: “En su etapa en Jena (1889-1890) presentó ataques de ira, golpeó a algunos compañeros de asilo, confundió a su cuidador con Bismarck y presentó severos desajustes conductuales tales como beberse su propia orina, ensuciar su cuerpo con heces y coprofagia”.
Estos autores sostienen que la productividad intelectual de Nietzsche es “incompatible con alguien afectado por una parálisis general, pero sí compatible con una demencia frontotemporal”, consistente con una “creatividad excesiva en la primera etapa” en la que “es frecuente la hiperfagia, que también estuvo presente en Nietzsche”.
Sólo desde ese nivel de afectación alguien podía auto concebirse como el único reconstructor de lo que había costado miles de generaciones a la humanidad.
La estética (recurso, también, de gratificación) que subyace en Nietzsche es cónsona con las características propias del concepto Poetas Malditos, definido en el libro homónimo (1844 y 1888) de Paul Verlaine (1844-1896), completamente contemporáneo de Nietzsche. Talento, discurso renovador y segregación de todas las convenciones heredadas, constituyeron los aspectos esenciales observados por Verlaine para definir a un determinado autor en esta “categoría” que Nietzsche supera, construyéndola en acto consciente, de su voluntad, aunque movido, más que por la negación de lo social y lo culturalmente heredado, por un deseo de destrucción rayano en el salvajismo por su carencia de límites y rechazo del autocontrol. De aquí la complacencia nazi, fascista y hitleriana con la obra de Friedrich Nietzsche.