Opinión

OTEANDO

Concesiones odiosas

Un ingrediente avieso sobrevive a todos los intentos de masificar y adecentar el transporte en la República Dominicana. Está compuesto de un grupo “humano” perverso, corrupto y corruptor, mafioso y desalmado que apela a cualquier recurso para seguir ordeñando la teta de nuestros impuestos al precio que sea. Se organiza al estilo de las viejas bandas mafiosas, extorsiona, cobra por proteger, esquilma a sus propios “miembros” -quizás fuera mejor llamarles peones- y siempre, siempre termina burlándose del pueblo.

En ocasiones -como incluso sucede ahora- han llegado a acceder curules congresuales, mismas que aprovechan, amén de ir a decir groserías y burradas, para “defender el derecho del pueblo a un servicio de transporte de calidad y al menor precio”, claro que siempre a través de las ventajas particulares que obligan al gobierno a ofrecerles, las cuales terminan logrando por las buenas o por las malas.

Todos sabemos quiénes y cuántos son, dónde están y cuál su modus operandi. Todos los gobiernos han estado conscientes de su existencia y su naturaleza depredadora y, sin embargo, todavía hay que soportarlos en aras de una costosa gobernabilidad. Han llegado a consolidar un imperio de dinero y de terror tal que, a los que no callan por conveniencia los callan por temor. Su historia no nos desmiente. El país los ha visto protagonizar todo tipo de desórdenes y hasta crímenes contra personas y contra la cosa pública. Unos han sido librados de condenas por contubernios políticos, otros, aún están cumpliendo prisión por homicidios escenificados al influjo de su implacable ira.

Sabemos que, como bien señala Moisés Naím, “El poder, cada vez es más difícil de conquistar, más difícil de mantener y más fácil de perder”; que los gobiernos están obligados, a veces, a ser más prudentes de la cuenta, pero es entristecedor ver la facilidad con que estos negociantes van de triunfo en triunfo sin llegar nunca a “La Victoria”. En esta ocasión ha habido que incluirlos de nuevo en la “solución”. La única esperanza que nos queda es que la inteligencia del gobierno sea superior a su artilugio y los deje participar, pero por su cuenta y riesgo. Que inviertan de verdad y arriesguen de verdad. Si ganan amén, y si no, también. El pueblo está cansado de ver a estas sanguijuelas lucrarse de los fondos públicos sin poner sus capitales en riesgo. El pueblo no quiere que sigan siendo beneficiarios de más concesiones odiosas.

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