La postalita repetida de la reforma constitucional

Llenar álbumes fue un pasatiempo que disfruté en mi niñez y gran parte de la adolescencia.

Motivar el llenado de un álbum era una manera de incrementar las ventas de determinados productos, mientras se promovía una forma de entretenimiento.

Algunos tenían fines educativos, como uno que llené en una ocasión sobre monumentos coloniales auspiciado por el periódico Hoy.

La costumbre de lanzar álbumes se fue perdiendo poco a poco hasta prácticamente desaparecer. Recuerdo que en la etapa final del llenado siempre sentía una combinación de ansiedad y decepción por las llamadas “postalitas repetidas” y las faltantes que pasaron a llamarse “vigas”. Las que faltaban para completar el llenado se convertían en “vigas”, difíciles de obtener, porque quienes auspiciaban los álbumes comenzaban a repetir las que ya habían salido, una manera de prolongar el llenado y obtener más ganancias.

Otra decepción consistía en que las recompensas por el llenado del álbum en la mayoría de los casos no se correspondían con la inversión para completarlo.

Claro, hay que admitir que en el proceso nos divertíamos por las expectativas que generaban las “vigas”, aún con la decepción de tantas postalitas repetidas, las que incluso solíamos intercambiar varias por alguna faltante, porque terminaban depreciándose por tantas que llegábamos a acumular.

Con las reformas constitucionales pasa algo parecido al llenado de los álbumes.

Los gobernantes de turno terminan sumándose al comportamiento de sus antecesores, pese a los cuestionamientos que hicieron desde la oposición a las reformas que se promovieron, las cuales tildaron de inoportunas y con el único objetivo de satisfacer intereses partidarios.

Desde la oposición prometen no tocarla y respetarla, pero una vez en el poder, todos quieren su propia Carta Magna porque siempre lo que hizo el anterior poco sirve, y se requiere recomponerlo, ajustarlo o cambiarlo.

En el jueguito de la necesidad de modificarla el país ya cuenta con 39 reformas constitucionales posteriores a la Carta Magna votada en San Cristóbal, el 6 de noviembre de 1844.

Esa Constitución todos recordamos que fue cambiada bajo la presión del general Pedro Santana para incluirle el famoso artículo 210 que le permitía gobernar a su antojo bajo el alegato de que el país estaba en tiempos de guerra.

Con las recientes reformas cada presidente de turno se ha buscado también “su viga”, así como Pedro Santana la tuvo con aquel 210.

Y en esos afanes para nada les importa ser tan parecidos a las postalitas repetidas. El mismo discurso con idénticos argumentos, que solo tienen razón de ser por esa búsqueda incesante de llenar el álbum en que se ha convertido nuestra Carta Magna.

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