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MIRANDO POR EL RETROVISOR

La recuperación emocional no se limita a una mascarilla

En su discurso del pasado miércoles para anunciar la suspensión de las medidas restrictivas por el Covid-19, el presidente Luis Abinader, entre otras motivaciones para justificar su decisión, declaró que el país merece y necesita una recuperación emocional.

Cierto que el país requiere colocarse por lo menos al nivel del bienestar emocional que disfrutaba antes de que esta pandemia agravara la cruda realidad de la salud mental en el país.

El error sería pensar que la recuperación emocional se limita a dejar sin efecto el uso obligatorio de mascarilla y la exigencia de presentar la tarjeta de vacunación para poder ingresar a lugares públicos y privados de uso público.

Si algo positivo ha traído el nuevo coronavirus es que ha hecho más visible los efectos devastadores de diversos trastornos mentales en la población, una realidad históricamente ignorada por las autoridades del sector salud.

Lamentablemente, se han cumplido más allá de las estimaciones las premoniciones de la Organización Mundial Salud (OMS) cuando advirtió que tendríamos una pandemia paralela a la del Covid por los efectos negativos del virus en la salud mental y el bienestar colectivo.

Una cantidad de pacientes abandonó sus tratamientos en medio de la pandemia, mientras otros debutaron con diversos trastornos mentales en medio de la incertidumbre que generó un virus que todavía conserva su saña y letalidad, pese a los intentos de sembrar en la mente de la población la idea de que lo peor ya ha pasado.

No es así porque los efectos negativos del Covid-19 siguen gravitando en diversas áreas de la economía y en la mentalidad de los ciudadanos.

Centrados en paliar la crisis económica y en garantizar la salud física, sin dudas aspectos importantes en medio de la incertidumbre que aún genera esta pandemia, hay una realidad preocupante por las interrupciones de los servicios de salud mental y la precariedad de los que aún se ofrecen.

Un estudio realizado por la OMS en 130 países en octubre de 2020, cuando el coronavirus aún no alcanzaba su tope, reveló que la pandemia del Covid-19 había perturbado o paralizado los servicios de salud mental esenciales en 93% de las naciones del mundo, en un momento en que también se había incrementado la demanda de asistencia en esa área.

Dos años de pandemia han alterado la vida a todos los niveles y el aspecto emocional no ha sido la excepción, incluso en las personas que superaron la enfermedad, pero han quedado con secuelas neurológicas, cognitivas y mentales que requieren ser atendidas.

La promoción, la protección y el restablecimiento del bienestar emocional en esta etapa post-covid que ya asumió el gobierno con la eliminación de ciertas restricciones, amerita incrementar la inversión para reforzar los servicios de salud mental, especialmente a nivel comunitario.

Lo que la pandemia ha hecho más evidente no puede seguir bajo el manto del olvido y la desidia estatal.

Esa recuperación emocional que desea el gobierno tanto como la económica amerita un compromiso que debe ir más allá de eliminar restricciones sanitarias, que sin dudas provocaron malestar en amplios segmentos de la población.

La salud mental es también parte esencial de la prosperidad económica individual y colectiva. Y de la libertad plena que tanto anhelamos recuperar en medio aún de esta larga batalla.

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