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TIRO DE GRACIA

Criticar al crítico

A los futuros periodistas

No recibo prebendas y alejo de mí a quienes las obsequian. Tampoco uso mi puesto de trabajo para hacer negocios personales, ni para ensuflarle el ego a nadie. Lo que sí he recibido son boches. Y con mucho orgullo. Esos boches, en forma de cartas han llegado a la oficina del director del Listín Diario. Todas me las ha dado a conocer junto a sus sabios consejos para entender que en la vida hay que tener dos sacos: Uno para recoger los frutos sembrados y otro para entregarlos.

A nadie le gusta que lo critiquen. Pero a mí me gusta ser criticado. La crítica me hace vivir y ser gente. Escucho a todos y siempre agradezco la molestia de mis lectores al hacerme llegar sus pareceres sobre mi trabajo y mis escritos. Y aunque no tengan razón, reciben mi respeto y consideración. Solo no rspeto al pedante.

Hoy he escogido dos para comentar, junto a un cololario muy curioso. No fueron cartas dirigidas a mi correo electrónico, sino hojas de papel con palabras imborrables, redactadas en computadoras y firmadas con pulsaciones firmes. Están fechadas en el siglo XXI aunque sus autores pertenecen al XX tanto por nacimiento como por convicción.

La primera de esas cartas llegó firmada por uno de mis mejores amigos dominicanos de entonces. Y me denunciaba por haber puesto bajo mi firma a un artículo suyo, con párrafos eliminados y recortes no autorizados. Solicitaba al director reproducir su ensayo íntegro, bajo su firma, con una nota aclaratoria donde expresara mi falta de ética profesional. Así lo hice, pero en la justificación a mi ligereza expuse a la luz pública lo que realmente había ocurrido ese día de cierre, hecho que escapaba a mis manos de editor. En los archivos de Listín Diario se almacena aquella publicación original con la nota aclaratoria, la cual dibujé con mi pecho abierto para evitar malos entendidos y posteriores profanaciones. Por ahí debe andar ese impreso para la entera disposición de la historia del periodismo y para los que todavía no me perdonan el desliz. Espero el regreso del autor. No sabe cuánto quisiera demostrarle mi admiración por su obra.

La segunda de esas cartas fue por motivo de inclemencias, como suelen ser todas los inclemencias. Su autor me denunciaba por escribir sobre determinados temas que a su forma de ver eran de su absoluta propiedad y dominio. En este caso, ni polemicé, ni respondí, ni dejé de escribir sobre los temas propios del denunciante. Esto provocó su ira y todavía debe sentir un cosquilleo cuando me dedico a publicar escritos en apareciencia reservados para él. Esa figura hoy escribe en un diario de la competencia, donde leo y aplaudo sus escritos porque denotan mucha información acumulada y nivel profesional. En mi caso puedo decir que no sé excluir a nadie, dentro o fuera del Listín. Elogio a colegas que escriben de cine como yo, o mejor. Aprendo de ellos y los halago cada vez que los veo pasar. Cuando se equivocan me hago el de la vista gorda y espero al próximo escrito para asimilar sus buenas noticias y reflexiones. Ellos, por igual, me pagan con la misma moneda. Entre nosotros no se cultiva el ego ni el delirio de grandeza. Saben que la verdad absoluta no pertenece a un bando determinado. Ni les asusta el temor de ser opacados por verdades distintas a las suyas. A fin de cuentas, todos somos mortales e iremos a parar al fondo del querer.

Lo que nadie soporta es la inflexión. Aquellos que usan su nombre para darse cantos en el pecho y abrogarse títulos pasajeros.

El cololario apareció en un segmento de televisión de amplia audiencia, preparado en mi contra.

El ofensor pensó encontrar a un relacionador público y no a un periodista con criterio. Me atreví a criticar a quien no acepta las críticas, mucho menos al que prentende mezclar populismo con cultura.

Un buen amigo trato de interceder, pero fue inútil. En esos momentos no podía volver la vista atrás. Y sobreviví. La estrategia de no responder a insultos me ganó muchos amigos. Continué haciendo cultura y aquella “pela de lengua” en mi contra quedó atrás. Nunca abandoné mi punto de vista. Pero aquel absurdo mitín televisivo en mi contra me esbozó una certeza: tenía razón en mi crítica. La sátira, y el señalamiento no resuenan igual en todos los parajes. Las cartas, junto al boche público, forjaron la resurreción.

En mis estudios de Derecho, aprendí la injusticia de ser una simple circunstancia: El problema no es tener la verdad, sino saberla pedir y, a fin de cuentas, que te la den.

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