Opinión

PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA

Ignacio y su idea de Dios

Manuel Pablo Maza Miquel, S.J.Santo Domingo

Muchos no creen en Dios por la mane­ra en que nos comportamos los que decimos creer. Con nues­tra conducta egoísta e irres­ponsable ponemos en la cuenta de Dios nuestras in­justicias y disparates. Mu­cha gente del “Oh, Dios para arriba y Oh Dios para abajo”, ¡hacen a Dios odio­so! Triste resultado.

Tal vez más triste es la idea que tienen de Dios algu­nos que dicen creer. Se ima­ginan a un Dios como un patrón tacaño, que se sien­te con derecho a cosechar donde no han sembrado y a exigir una respuesta genero­sa de personas que siempre ha tratado mezquinamen­te (Mateo 25, 24). Conozco cristianas convencidas que necesitan ablandar a un Dios ruin e indiferente con lar­gas oraciones (Mateo 6, 7 – 8). Su “dios” se parecería a un padre cruel quien, ante los ruegos de su niño ham­briento, pusiera en su ma­nita, en vez del pan pedido, un tremendo alacrán (Lu­cas 11,11).

En su librito de los Ejer­cicios Espirituales, Ignacio nos invita a pensar en Dios como alguien de quien se han recibido tantos bienes [No. 233] antes de que yo le pidiera nada. Dios me ha dado la vida y el don de la fe, camino de salvación. Me ha dado todo lo que Él tie­ne y Él mismo desea “dár­seme” en cuando pudiera [Ejercicios Espirituales No. 234]. Paulatinamente, la persona que sigue el cami­no de fe propuesto por Ig­nacio reconoce que Dios es­tá en todo lo que le rodea y hasta en el interior de cada ser humano, como si fuera un templo. Descubre que Dios trabaja por ella en to­do lo creado y acaba tenien­do esta idea de Dios, como si fuese un sol del cual des­cienden rayos de luz o una fuente que se desborda ge­nerosa hacia mí [Nos. 235 – 237].

Con esta idea de Dios, lo que nos toca en poner en sus manos nuestra li­bertad, memoria, enten­dimiento, voluntad, nues­tro haber y poseer, porque Él nos los ha dado y ahora responsablemente se los devolvemos. Lo que pedi­mos es su amor y su gracia [No. 234].

La idea de Dios que Ignacio de Loyola nos co­munica en sus Ejercicios Espirituales, es la de un ser tan a favor nuestro y de nuestra felicidad, que no necesitamos amarrarlo al carro de nuestros proyec­tos, sino esforzarnos para asociarnos, libres y lúcidos, al suyo

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