PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA
Ignacio y su idea de Dios
Muchos no creen en Dios por la manera en que nos comportamos los que decimos creer. Con nuestra conducta egoísta e irresponsable ponemos en la cuenta de Dios nuestras injusticias y disparates. Mucha gente del “Oh, Dios para arriba y Oh Dios para abajo”, ¡hacen a Dios odioso! Triste resultado.
Tal vez más triste es la idea que tienen de Dios algunos que dicen creer. Se imaginan a un Dios como un patrón tacaño, que se siente con derecho a cosechar donde no han sembrado y a exigir una respuesta generosa de personas que siempre ha tratado mezquinamente (Mateo 25, 24). Conozco cristianas convencidas que necesitan ablandar a un Dios ruin e indiferente con largas oraciones (Mateo 6, 7 – 8). Su “dios” se parecería a un padre cruel quien, ante los ruegos de su niño hambriento, pusiera en su manita, en vez del pan pedido, un tremendo alacrán (Lucas 11,11).
En su librito de los Ejercicios Espirituales, Ignacio nos invita a pensar en Dios como alguien de quien se han recibido tantos bienes [No. 233] antes de que yo le pidiera nada. Dios me ha dado la vida y el don de la fe, camino de salvación. Me ha dado todo lo que Él tiene y Él mismo desea “dárseme” en cuando pudiera [Ejercicios Espirituales No. 234]. Paulatinamente, la persona que sigue el camino de fe propuesto por Ignacio reconoce que Dios está en todo lo que le rodea y hasta en el interior de cada ser humano, como si fuera un templo. Descubre que Dios trabaja por ella en todo lo creado y acaba teniendo esta idea de Dios, como si fuese un sol del cual descienden rayos de luz o una fuente que se desborda generosa hacia mí [Nos. 235 – 237].
Con esta idea de Dios, lo que nos toca en poner en sus manos nuestra libertad, memoria, entendimiento, voluntad, nuestro haber y poseer, porque Él nos los ha dado y ahora responsablemente se los devolvemos. Lo que pedimos es su amor y su gracia [No. 234].
La idea de Dios que Ignacio de Loyola nos comunica en sus Ejercicios Espirituales, es la de un ser tan a favor nuestro y de nuestra felicidad, que no necesitamos amarrarlo al carro de nuestros proyectos, sino esforzarnos para asociarnos, libres y lúcidos, al suyo