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TIRO DE GRACIA

Un periodista de cine

Los periodistas reciben vinos, agendas y regalos. Me alegra que mis colegas sean reconocidos, aunque me parece que esas palmaditas en el hombro son insuficientes. En mi caso personal, recibo cartas. Y algunas veces, artículos por correo electrónico que no soy capaz de publicar.

Malo que bueno, soy feliz con eso. Acepto mi decadencia. Soy un periodista del siglo XX y sobrevivo, a duras penas en el XXI. No quiero aguarle la fiesta a nadie, ni tampoco la mía. Intento reportajes y crónicas sobre las ventajas de la tecnología para lectores que vivieron cien años sin necesidad de ellas. Los periodistas no somos vajillas reciclaves, sí cristales en desuso, resquebrajados. Por eso escribo de cine. Comencé en La Habana de los años setenta.

Por entonces hurgaba en la vida de figuras populares y en películas enhiestas. Continué en Santo Domingo con el mismo asidero. Imaginé señuelos en favor de mis escritos. Pero la objetividad me mató. Olvidé que mientras peor se escriba, más dinero se obtiene. Y ante más nombre, mayor distanciamiento.

El cine comercial llega al nuevo siglo con el rostro triunfal. Sus efectos bajo premisas económicas continúan sin perder terreno. Hastas los sensatos se vuelcan hacia él, sin importar las huellas del complot. Dicen que lo verde es amarillo, y viceversa. Prefieren llenar la despensa de avellanas.

Trato de olvidar mis alabanzas a cintas que no lo merecieron, junto a obras perdurables merecedoras de mi censura. Ahora prevalencen corrientes aleatorias. Pero al final, sobresalen mis impulsos. A veces los escritos que más odiamos son los que no podemos golpear con la masa de un madero. Y el cine es como la vida real porque hace verla tal cual es.

En dos horas se descubren el bueno, el malo, el asesino, el espía, la puta o el idiota. Se cruzan senderos inconexos, muchos que no conducen a ninguna parte. Hay pozos y pasos. Planetas en ruinas y barcos hundidos. El cine lo atrapa todo. Es un Dios, siempre y cuando un buen director lo haga posible.

Las películas hacen ver las cosas como no lo son, o como deban ser. Ese tipo de advertencia es la que me inspira a continuar entintando páginas sin ningún escrúpulo. La vida no puede ser el simple resultado de una película, aunque a veces nos hace abrir el sentimiento de piedad como nadie podrá hacerlo.

En la vida sucede lo contrario. Por eso me resisto a tocar temas mucho más atractivos.

El periodista, cuando escribe de cine, se sumerge en las incognitas de cada puesta en escena. No caben prerrogativas ni matices de naufragio. Hay que pensar si se desea ver más allá de lo común.

Mis escritos de cine no miran el lado claro de la vida. Por eso, la extraña ligereza de muchos directores ronda mi grisácea cabellera.

Me han recomendado cintas infames para que las salve como si yo fuera juez. Otros contravienen mi torpeza escritural. Los menos aceptan mis palabras, no sin antes, dibujar en sus rostros una sensación lastimera. No mentir tiene un precio cuando el decir y el pensar corren por la misma senda.

Recuerdo la ofensa telefónica que recibí de labios de un director que creía tener a Dios cogido por las barbas. Él no censuraba una crítica firmada de puño y letra, sino mi rara vocación de escribir. Me confundió con otro, o trató de confundirme.

En su voz descubrí la torpe inmadurez que algunos llaman ego. Vino en forma de regaño contra alguien que tal vez lo duplicaba en edad. Por eso escuché sus ofensas y palabras hirientes. La escuché con mi santa paciencia. Él habló todo lo que quiso y al final traté de agradecer su gentileza por llamarme. Pero fue en vano.

El director cortó la conversación y hasta el presente no ha sabido más de él. Eso no me impide incluir alguna que otra de sus cintas en listados preferenciales, ni difundir en mis libros reseñas positivas a sus buenas intenciones, cámara en mano. Espero no morir antes de volverlo a ver. Tal vez no recuerde al ser que duplicaba su edad, y si lo hace, sentirá un leve toque de vergu¨enza, no ante la aventura de mis críticas de cine, sino por no saber a tiempo que todas las flores se marchitan.