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TRIBUNA DEL ATLÁNTICO

El reto de la izquierda

Cuando el 27 de enero se jura­mente Xioma­ra Castro como presidenta de Honduras, América inaugu­ra una etapa en la que parece predominar un giro hacia la iz­quierda en buena parte de su territorio. El 11 de marzo en Chile, estará prestando jura­mento el más joven presiden­te de la historia de ese país, Ga­briel Boric, un parlamentario salido de las luchas sociales en las calles, que llega desde una plataforma política diferente a los dos grandes bloques que se han alternado en el poder en ese país desde la caída de la dictadura de Pinochet.

Las primacías que ambos representan, ella la primera mujer en su país, él, el más jo­ven del suyo, no son más que elementos accesorios al esce­nario en el que surgen sus res­pectivos liderazgos, ambos afincados en propuestas políti­cas progresistas, en un discur­so de equidad social, que sigue siendo la principal tarea pen­diente del continente.

Justamente en 1990, año en que se inicia la transición política en Chile, el gran can­tautor Joaquín Sabina grabó: El Muro de Berlín, donde dice que: “No habrá revolución se acabó la guerra fría. Se suici­dó la ideología. Y uno no sabe si reír o si llorar”, ese fin de las ideologías no ha supuesto, sin embargo, un cambio en la no­menclatura de los gobiernos, siendo izquierdas y derechas, con sus matices, más al centro o a los extremos las dos gran­des divisiones.

Después de Trump, de Bol­sonaro y más allá de Bucke­le e inventos similares, el dra­ma de América sigue siendo la búsqueda de alternativas po­líticas que permitan avanzar en el logro de sociedades más equitativas, más afincadas en la promoción del bienestar de la gente y en la reducción de la pobreza que en asegurar el crecimiento de los grandes ca­pitales y de sus tradicionales grupos oligárquicos.

El sueño inalcanzado de la “América irredenta” de verda­deras garantías para los en­vejecientes, enfrentará, jus­tamente en Chile, su gran prueba de fuego porque fue en ese país, paradigma de los cambios neoliberales de las últimas décadas, en donde el mito de la seguridad social en manos privadas, las hoy ca­si malditas, AFP’s, se puso en marcha, como opción salva­dora ante la ineficacia esta­tal. De allá copiamos el siste­ma que nos conduce de forma aparentemente irremediable a pensiones de miseria.

¿Ven­drá también una solución? No lo sabemos. Ambos tienen, eso sí, el deber de marcar te­rritorios, entre una izquierda promotora de bienestar, pero que al mismo tiempo garanti­ce los logros democráticos de sus pueblos, las libertades pú­blicas y el respeto a la dignidad humana, distanciándose de regímenes que luego de haber sembrados tantas esperanzas, hoy representan la opresión y atraso de sus pueblos, en Cu­ba, en Venezuela y en Nicara­gua, donde hace rato la liber­tad murió.

Ojalá que desde las “pampas salitreras” a las que cantó el inmenso Pablo Neru­da hasta los “Templos de Fue­go” de Clementina Suarez se escriba una nueva historia po­lítica, transparente, democrá­tica, distanciada del autorita­rismo y, sobre todo, que siente las bases para sociedades más justas.

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