OTEANDO
¡Ay no, señor prelado, no!
Si usted es parte de una causa, es más, aun si es dueño exclusivo de ella, no puede, para alcanzarla, apelar a cualquier recurso, incluso uno que destruya su propia reputación. No puede usted jugar a la ruleta rusa con su buen nombre, con el prestigio que ha ganado en buena lid rebajando su accionar a lo indemostrable. Tiene que aprender a reconocer ese punto del camino en que hay que parar, en que, por muy justa que sea su causa, deviene irrealizable por la razón que sea.
Que su propósito no cuaje en las instancias destinadas a decidir su suerte no habla mal de él, no quiere decir en modo alguno que carece de fundamento. Puede que si dependiera de un plebiscito su causa se hiciera realidad, pero hay que entender que el sistema tiene reglas, modelos de desempeño que no siempre propician los instrumentos que nos permitirían imponer nuestros criterios.
Así, el buen juicio y la prudencia aconsejan a veces detenerse en esa gramática del poder y su consecuente “polifonía” que evidencian que, aunque todos predican ser promotores y guardianes del bien común, cada uno lo piensa y concibe diferente, y más aún, que cada conducta política puede ser activada a partir de intereses distintos. Por eso es deplorable que, no un clérigo de primera tonsura del Medievo, sino precisamente un prelado de hoy, con gran prestigio público, obre erróneamente queriendo poner en apuros, con afirmaciones no demostrables, por ejemplo, a los presidentes de ambas cámaras del Congreso de la República, queriendo hacerlos quedar como cobardes y traidores a su causa.
No quiero ser tampoco inquisitivo, cualquiera se equivoca, pero, con la dignidad ajena no se puede jugar, máxime cuando se está consciente de que lo que se pretende conseguir de una persona no depende exclusivamente de ella. He tenido noticias de que el presidente de la Cámara de Diputados ya se ha referido al asunto y considero correcto que lo haya hecho.
Sin embargo, dudo que el presidente de la Cámara Alta lo haga. Lo conozco y sé lo sosegado que es. Es hombre de recia formación moral, tan católico como el prelado y como yo, pero sobre todo con una inmensa capacidad de perdonar y, de seguro, que al día de hoy ya ni se acuerda de eso. Él está seguro que el país sabe que no hay precio ni condición que lo compre.