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EN SALUD, ARTE Y SOCIEDAD

A ellas regresemos, con amor

Me miró fijamente a los ojos y entendí que me explicaba un reclamo de amor exigente y ofendido.

A lo largo de su carrera estaban esas figuras masculinas escurriéndose hacia el fondo, cual mutis teatral petrificado para siempre.

Se trataba de escapes, de huidas.

Detrás de esas figuras podía perfilarse la sensación vacía de abandono. Planos móviles, generalmente monocromos, acentuaban la sensación de situación inestable, la permanencia vacua y carente.

Absurdo graficado desde un arte tan representativo como la pintura: venía a ser negación del sujeto, rechazo de la identidad, desapareciendo el rostro, mostrando figuras sin frentes. Llegar a esto: su contrario; ofreciendo, en cambio, las espaldas, representando la negación de la presencia, al escapista.

Es la obra plástica de Rosa Tavárez. En ella recibí como aluvión de acusaciones el drama invisible de la mujer dominicana: agredida por una sociedad en pleno, sin excluir estamentos, como acto de paradoja sarcástica, burla casi, irracionalidad sin límite.

Porque los agresores de las mujeres, dominicanas o en doquier, fueron engendrados desde el amor de las féminas; ovaron en sus úteros hasta devenir en embriones; desarrollaron como fetos para formar tejidos, órganos y capacidades, medrando en la salud de las mujeres, a expensas de ellas, engordándolas, demandándoles comer, restándoles salud. Exigiéndoles pensar en ellos antes que todo.

Incubar, desarrollar y surgir de las mujeres, desde sus propias carnes, parecería ser motivo suficiente para que cada nacido decidiera constituirse en monumento y galardón hacia las mujeres. Haber sido alimentados por ellas, vestidos por ellas, bañados por ellas, cuidados por su amor, educados por ellas y amados por ellas podrían ser poderosas y suficientes razones para el respeto sagrado, la admiración fanática, el amor sin medidas hacia ellas.

Pero no.

Hombres ya, mujeres ya, las personas se constituyen en verdaderas abusadoras de las mujeres: desde el hogar, desde sus padres hasta sus parejas, esposas, colaboradoras y desconocidas.

En las obras de Rosa Tavárez está ese drama del hombre que escapa, causante del más largo de los abusos. Dejar mujeres a cargo del hogar y los hijos. No tiene rostro pues su descomposición es tan grande que no merece el derecho a representarse. Y está la mujer desfigurada a causa del abandono.

Ese es el primer acto de violencia contra la mujer.

A ese desamor lo siguen las demás agresiones: desde la psicológica a la física. A la explotación sexual.

Es absurdo que familias consientan que sus hijas se prostituyan para alimentar y mantener a madres, padres y hermanos.

Es intolerable que hombres agredan físicamente a las mujeres, a esos seres desde los cuales fueron concebidos, nacieron, se desarrollaron y crecieron hasta venir a ser hombres abusadores.

Rosa Tavárez remite a Frida Kalho: “Unos cuantos piquetitos”, 1935. El inaceptable sarcasmo. El intolerable, egoísta e indolente ser que con su violencia contra las mujeres deviene monstruoso, socialmente repugnante, inaceptable e intolerable.

Para acabar este aquelarre de violencia y agresiones, hay que penalizar más severamente a los abusadores de las mujeres.

Ya que gracias a ellas podemos ser, a ellas regresemos con amor.

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