EL BULEVAR DE LA VIDA
El dilema presidencial (2/2)
El pasado jueves terminé el bulevar con una pregunta no solo lapidaria sino también llena de “cocorícamo” y algo de “gadejo”. ¿Qué ocurrirá con el presidente Luis Abinader y su gobierno, cuyo plan de recuperación ético/institucional del país incluye a sus propios compañeros de partido involucrados en posibles actos de corrupción, y hasta a las tradicionalmente intocables fuerzas militares y policiales?
Lo cierto es que eso nadie puede saberlo, pero lo que sí sabemos es que la historia es implacable a favor de los necios en plan Silvio, que saben respetar y respetarse. Ya me explico. El Dr. José Francisco Peña Gómez nunca fue Presidente de la República y el profesor Juan Bosch lo fue apenas por siete meses, pero eso sí, dentro de 100 años nadie recordará a decenas de mandatarios de ocasión, sustitución o relleno que hemos tenido o padecido, pero sí a eso dos titanes, forjadores de esta democracia imperfecta, “el peor sistema político, con la única excepción de todos los demás”, que dijo don Winston iluminado por el brillo del vaso de su penúltimo whisky, escocés de 21 años, por supuesto.
La gran disyuntiva a la que se enfrenta el hijos del Dr. Abinader, está contenida en la siguiente pregunta: ¿Resistirá esta sociedad -inoculada de una corrupción que como el Covid-19 es ya endémica-, que un presidente cometa la “afrenta” imperdonable de honrar la palabra empeñada que lo llevó al Palacio Nacional, y si quiere que entre el mar?
¿O -presionado por la real politik de una sociedad donde la devoción por el cinismo supera ya el amor por el béisbol-, volverá vencido por sus circunstancias a lo que hasta ahora ha sido lo nuestro, pero empeorado por el paso de los años y el deterioro galopantes de todas las instituciones y valores de la democracia liberal? “Sabrá Dios. Uno no sabe nunca nada”. Pero ante la reflexión que provoca la pregunta, llega la advertencia: la alternativa a nuestra clase política y sus partidos, no será don Negro Beras, ni el profesor McKinney Soriano renacido, sino un Donald Berlusconi, un Daniel Trump, un Erdogan Duterte, alias El Nieto, o peor. Si un dedo señala una estrella, la esperanza de una posible mínima regeneración ética e institucional del país, por favor, no miremos el dedo. La flecha ya está en el aire, Presidente, que Dios y la María de Magdala lo guíen.