EN SALUD, ARTE Y SOCIEDAD
Monseñor Ozoria, ¿podría exponer “El Pesebre” de Prats-Ventós?
La República Dominicana asiste a un episodio más de la continua ratificación de su identidad.
En procesos similares hay una doble vía de incorporaciones y negaciones. Lo teorizó el cubano Fernando Ortiz mucho antes de 1959: “deculturación” y “aculturación”, lo llamó.
Significa: a) incorporar hábitos, credos, tradiciones y valores procedentes de otras culturas y b) perder características y praxis, credos y habitos propios.
De 1960 a hoy, ha sido un fenómeno intenso en el país.
Transitando desde una sociedad agrícola a esta significativamente comercial y de servicios (industrial no es, mayoritariamente), la República ha incorporado aspectos importantes, utilísimos para incrementar su depenseño en tales ámbitos.
El resultado es una economía creciente y el aumento hiperbólico de esa sub-urbanidad representada por cinturones de miseria ya no tan miserables como en el pasado.
La marginalidad congrega a inmigrantes y desplazados. Desde ella se imponen valores, hábitos, credos y praxis sobre lo nacional que, pese a todavía estar relativamente amurallados, pueden expandirse y ampliarse, aumentando su incidencia social a través de las nuevas generaciones que nazcan en esos lugares, un proceso biológico-social (poblacional) fuera del control de cualquier Estado.
Otro factor retador es la sorprendente vacuidad del ser que avanza como motor de la “igualación” poblacional y en el utilitarismo.
Sobre esta licuación descansan las probabilidades del mercado global. Preferir, adoptar e incorporar a las praxis iguales cosas, credos, valores, utilidades y cosmovisiones tiene, como nunca, gran impacto; produciendo un ser “estándar” (enajenado), una masa global jamás imaginada por Ortega y Gasset.
En tal entorno se impone enriquecer la personalidad, con credos, conocimientos y hábitos anclados a paradigmas y dimensiones humanistas trascendentes.
Entre esos están las tradiciones. Deben ser activadas desde el Estado y el poder.
Esto es desde el gobierno y los poderes fácticos identificados con la nacionalidad.
Aquí, ahora, la potenciación de los elementos de la fe nacional, del credo en la existencia de un solo Dios, creador de cielos y tierra, de todo lo visible y lo invisible, junto al llamado de su único hijo al amor al prójimo y al perdón, revisten importancia capital para nutrir las almas con energias sublimes, capaces de contrarrestar el desaliento que lleva a caminos del auto abandono de la riqueza interior, a postrarse ante hombres y objetos devenidos en dioses del poder y el mercado.
Hay otros temas, claro, a fortalecer en la dominicanidad, que abordaremos en otro momento.
Por esto, pedimos a Monseñor Ozoria que uno de los aportes capitales a ese componente cultural nacional, extraído desde la tradición santera popular y coronado en el espacio del arte, sea re-expuesto en la Catedral Primada u otro lugar: donde pueda ser visitado y visibilizado por nuestra población; donde los niños admiren la belleza de la fe.
Necesitamos la inspiración del espíritu de Dios en estos días.
Qué hermoso si las familias pudieran volver a ver “El Pesebre” de Prats-Ventós, incluso en el Palacio Nacional, que ahora recibe personas; en la Galería Nacional de Bellas Artes o en La Plaza de la Cultura…
Lugares de gran accesibilidad.