MIRANDO POR EL RETROVISOR
El insulto al alcance de un clic o un dedazo
Leo con frecuencia los comentarios que hacen usuarios de las redes sociales a las noticias publicadas por LISTÍN DIARIO, donde laboro como periodista, un termómetro que permite evaluar las preferencias de las audiencias, así como verificar cuáles informaciones generan mayor tráfico e interés de los lectores.
Pero debo confesar que la práctica me ha resultado desalentadora en los últimos meses.
¿La razón? La cultura del irrespeto se hace cada día más común en el mundo virtual, una mala práctica que algunos ya intentan convertirla también en un hábito en el real, donde antes había más escrúpulos al momento de apelar al insulto.
En la vida virtual resulta prácticamente imposible debatir cualquier tema o realidad social, sin apelar a un dicterio, a una grosería o a cualquier descalificación contra la persona que difiere de nuestro punto de vista.
Sin ambages, a cualquiera, aun sin conocerle, califican de ladrón, puta, asqueroso, para solo mencionar los más benignos de otros tantos agravios que, obviamente, no cito por respeto a los lectores de este diario promotor de los valores y el civismo.
La mayoría de los comentarios aportan poco al debate constructivo y con altura, más bien sobresalen por una elevada carga de desprecio por la opinión ajena, pero al mismo tiempo acompañados de epítetos y frases groseras.
En realidad hay licencia para matar honras, difamar e injuriar, porque en ese mundo online nadie teme a una reacción física o judicial del agraviado, pese a que existe la Ley 53-07 sobre Crímenes y Delitos de Alta Tecnología, que en la práctica es letra muerta.
No es extraño que tanta carga de violencia escrita y a través de emojis en las redes sociales, ahora se lleve también a la realidad de los hogares, entre parejas, padres e hijos, hermanos y con los vecinos que antes considerábamos nuestros familiares más cercanos.
Y en las vías públicas, mucho más. Los conductores no dejan pasar el más mínimo desliz en medio de un tránsito cada día más caótico, con la agravante de que no se queda solo en el insulto, se pasa a los hechos, como el caso de una mujer que narró la impotencia que le embargó cuando el conductor de un vehículo le perforó con un cuchillo los neumáticos del suyo por un simple roce, luego de una retahíla de expresiones groseras.
Resulta muy preocupante que esa libertad mal utilizada en las redes sociales gane también cada día más terreno en el mundo real. Insultamos al empleado por cualquier insignificante falta, al cajero del banco que se dilata, a los demás usuarios de vías y lugares públicos, al personal de servicio al cliente que nada tiene que ver con deficiencias y abusos de una empresa.
Ahora hay casi una total desinhibición al momento de irrespetar a los demás. Se insultan recíprocamente cónyuges, padres e hijos, profesores y estudiantes, jefes y subalternos, policías y civiles.
Bajo el argumento de que “son mis redes” y con la coraza que se entiende proporciona cualquier equipo electrónico o hasta un usuario falso, pensamos que tenemos el derecho de publicar cualquier contenido sin filtro, insultar, amenazar e injuriar.
Las redes sociales han significado una democratización del acceso a la información y la difusión de la opinión, una libertad que estamos llamados a valorar y usar con responsabilidad sin dañar a nadie por un simple desacuerdo.
En un régimen democrático y de derechos lo que se dice en el mundo virtual debería tener igual repercusión que lo que exponemos cara a cara.
Pero al parecer nos encaminamos a poco a poco a que los insultos presenciales tampoco tendrán ninguna consecuencia, excepto cuando el agraviado decide tomar la justicia en sus manos, un escenario que debemos evitar en lo virtual y real.
Ofende igual el insulto que sale de la boca, como aquel cuyo impacto minimizamos simplemente porque está al alcance de un clic o un dedazo.