DOSSIER DIPLOMÁTICO
“A la altura de las circunstancias” hoy
En la actualidad, en diversos escenarios suelen utilizarse con frecuencia frases laudatorias, como bien podría ser “estar (o saber comportarse) a la altura de las circunstancias”, sin que en realidad necesariamente haya una correlación entre lo que es, o ha sido, el comportamiento de una persona y lo que debería haber sido una conducta consonante con las exigencias de virtudes éticas o morales. En estos casos podría estarse incurriendo en cumplimientos y elogios injustificados que, de ser así, desvirtuarían el auténtico contenido de frases de tal carácter.
Obviamente, la genuina existencia de dichas virtudes se considera un factor esencial para una convivencia “civilizada y armoniosa” entre las personas, por facilitar el adecuado comportamiento en las diversas interacciones entre ellas, como sucede en el caso de las negociaciones (formales o “cotidianas”). Los resultados tienden a desvelar la calidad humana de sus participantes. También los fundamentos de sus conocimientos y formación, y en ello, la nobleza, integridad y entereza de estos, “como personas y obviamente como funcionarios”.
De ser considerada adecuada la evaluación en los esenciales aspectos precitados, en el particular ámbito del ejercicio de la diplomacia y, en ese marco, en la responsabilidad de la representación del Estado, sería lógico y razonable esperar una forma de proceder “a la altura de las circunstancias”, que sería muy cercana o semejante al comportamiento digno y respetuoso que debe caracterizar la conducta del auténtico diplomático.
Actualmente, el prestigio internacional del Estado ha pasado a depender de la coherencia de su política exterior, de la apropiada actitud de sus diplomáticos y de la capacidad y talento de estos para salvaguardar y promover los intereses del propio país (Barston/Plantey). Evidentemente, el conocimiento profundo de “las relaciones internacionales” (“hoy de carácter multidisciplinar”), si bien conduce a “la debida prudencia”, condena la ligereza y la inconsistencia, asimismo, genera la calidad necesaria, para asumir apropiadamente, la firmeza que demande la defensa de los intereses del Estado, en el ineludible marco de “las normas de convivencia internacional”.
Inequívocamente existen en la diplomacia métodos con “fórmulas” consagradas por la “correcta experiencia”. Sus usos y costumbres requieren ser del “dominio” de sus ejecutores. Podría ser ilustrativo señalar que el Jefe de Misión, al abandonar una ceremonia o acto oficial antes de que finalice, aunque se haga cuidadosamente (en silencio o con discreción), podría percibirse como una manifestación de desaprobación o “la cristalización de una ofensa”.
Por sus implicaciones en este ejercicio, debe prestarse la atención debida a la expresión del pensamiento y de la voluntad de los “interlocutores”, manifestados “en su silencio o en su lenguaje”, más aún, en su forma de proceder y comportarse. Asimismo, por ser la clave del éxito en las gestiones, la habilidad para saber identificar convenientemente el lugar y la oportunidad de las acciones, se considera una cualidad “emblemática” del diplomático profesional.
No obstante, nada suplirá las cualidades de la persona: la necesaria sociabilidad, la indispensable vocación de servicio, la corrección en el comportamiento y las costumbres y preminentemente el manejo inteligente del sentido común y del tacto (Nicolson/La Rochefoucauld). Resulta imprescindible, sostiene Narváez: Su fiel compromiso “con las raíces de la sociedad que representa y que en última instancia constituye el legado de intereses que está obligado a defender”.