POLÍTICA Y CULTURA
¡Sin el nombre de Máximo no se escribe la historia!
En 1956 un grupo de dominicanos exilados en Cuba fundó el Movimiento Popular Dominicano, bajo la consigna enarbolada por su presidente y primer mártir, Pablo Martínez: “Lucha interna o Trujillo siempre”. Era en gran medida la diferenciación política en el exilio, entre la política de repatriaciones armadas para derrocar la dictadura de Trujillo, y por otro lado el planteamiento, de que, a Trujillo se le tumbaba luchando desde adentro. Los ejemplos de “Cayo Confites”, Cuba en 1947, intento de gran envergadura abortado por el brazo largo de Trujillo, y “Luperón”, Puerto Plata, en 1949, sumado a la gesta gloriosa e inolvidable de la “Raza Inmortal “del 14 y 20 de junio de 1959, cuya derrota militar se transformó en despertar de la conciencia democrática del país, habían creado las condiciones para que el planteamiento que hizo Pablo Martínez, años antes, se le diera cumplimiento. Pablo había sido asesinado por el dictador Batista en Cuba, sucediéndolo al frente del Movimiento Popular Dominicano, Máximo Antonio López Molina. Las condiciones para regresar al país, y enfrentar a la dictadura en convocatoria pública de lucha por las libertades conculcadas, estaban dadas. La implicación de Trujillo en el fallido atentado de matar al presidente de Venezuela, Rómulo Betancourt el 24 de junio de 1960, provocaría una reacción continental contra el tirano que culminaría con las sanciones diplomáticas y comerciales contra el país. La virtual ruptura de la política norteamericana frente a Trujillo, obligó al tirano, a dar supuestas garantías a la oposición del exilio para realizar actividades públicas, enviando un mensaje a la comunidad internacional de supuestos cambios en su ejercicio represivo del Poder político. Se trataba de un artilugio, de una pose trujillista para ganar tiempo y evitar el desprestigio definitivo de su mascarada. Nadie en el exilio, conociendo las tramposerías de Trujillo, aceptó la invitación. Fue entonces, cuando Máximo López Molina y Andrés Ramos Peguero, asumiendo los riesgos, vinieron al país a despertar la conciencia democrática del país a sabiendas de los peligros existentes. Aunque en principio la gente recelaba de los mensajes transmitidos en la vía pública a través de dos poderosos altoparlantes en la Avenida José Trujillo Valdez #12, altos, hoy avenida Duarte, al transcurrir de los días, cientos de dominicanos se fueron congregando para escuchar el mensaje de lucha por la libertad. Cuando Trujillo se percató de que la cosa iba en serio y que el mensaje estaba calando en la población, desencadenó ataques sistemáticos de asaltos y golpeaduras al local y a los militantes del MPD, mientras un agente infiltrado, Mario Jerez Cruz, suministraba el listado de los jóvenes inscritos en la organización, llegando a desaparecer alrededor de 80 de ellos. Máximo y sus compañeros bañados en sangre por la turba trujillista, en la avenida Mella, y calles aledañas frente al local del periódico trujillista “La Nación”, parecía que iba a morir de los golpes propinados por los facinerosos. La lucha por la libertad y el despertar de la conciencia no se escriben sin el nombre de López Molina. Cometió errores, pero ninguno transgredió el decoro, ni lesionó la vida ética y la bondad personal con las que vivió este gran dominicano.