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OTEANDO

Callar para salvarse

En su novela “Tu rostro mañana” Javier Marías (Madrid, 20 de sept. de 1951) sugiere de modo recurrente que el silencio podría ser la clave de la salvación para cualquiera, en cualquier circunstancia –aun en una en la que creyera que es tan necesario hablar para salvarse– apelando a las siguientes frases: “calla, calla y no digas nada, ni siquiera para salvarte. Guarda la lengua, escóndela, trágala aunque te ahogue, como si te la hubiera comido un gato. Calla, y entonces, sálvate”. Pudiendo ser considerada como una conducta que rendiría buenos frutos, en caso de ser rigurosamente observada, ya que nada es tan importante como salvarse, no hay que despreciar, en el análisis de aquellas frases, la hipótesis de un implicante peso solipsista que frena al sujeto en su capacidad –y hasta en su posibilidad– de conjeturar en términos ontológicos generales, dejándolo solo, con el único permiso de examinarse y reconocerse a sí mismo. Sin embargo, es posible que el silencio de algunos políticos tenga como fundamento esa necesaria y obligada salvación, ese imperativo de preservarse para ocasiones futuras en las que le sería más rentable políticamente su elocuencia. Porque una vez se ha hablado ya se está implicado, vinculado –las palabras atan– y cuando eso ya ha ocurrido huelgan las rectificaciones y allí donde se lució sabio pueden las cambiantes circunstancias imponer que los demás juzguen que se fue torpe.

Pero si se ha callado, si no se ha dicho nada, a pesar de que lo reclamaran el ánimo, el credo o el “buen juicio” se podrá aprovechar a beneficio de inventario lo hablado por otro cuando ayer ya sea mañana y hayan quedado desvelados los motivos del discurso ajeno, los fines de la remota elocuencia que me es extraña. Se podrá, de modo idéntico, construir su abolengo sobre el desprestigio que se agenció quien se arriesgó y habló.

Con todo, salvarse no solo supondría no echarse a perder, sino también ausencia de desgaste, mantener vigencia política y vocación de poder –ya por sí mismo, ya por interpósita persona. Callar, desde las perspectivas del silencio consideradas, deviene instrumento de fortaleza que garantiza una paz que no propicia la elocuencia incontinente; deja al sujeto, acaso, novedoso en su discurso de mañana, porque mañana permite las consideraciones de lo ocurrido ayer. Por lo tanto, es cuestión de presciencia determinar cuándo será válido callar para salvarse.

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