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AGENDA SOCIAL

La pandemia del egoísmo y la desesperanza

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Margarita CedeñoSanto Domingo

En el marco del 132 aniversa­rio del Listín Diario, deca­no de la pren­sa nacional, acudimos a la misa preparada para esa conmemoración, durante la cual se abordó uno de los temas que más deben pre­ocupar a la sociedad domi­nicana, porque cuestiona y compromete su futuro co­mo nación. Me refiero a la pandemia del egoísmo y la desesperanza, tal y como se planteó durante la homilía.

Al inicio de la pandemia del COVID-19, observa­mos como la humanidad, y cada país en particular, estaba imbuida de un sen­tido de unidad y de con­fraternidad, que nos hizo pensar que la crisis sería una gran oportunidad pa­ra unirnos más y comba­tir juntos los grandes retos que enfrentamos.

La acción de cuidarse pa­ra proteger a los demás, las medidas de cuarentena obligatoria, las voces que al unísono apelaban a la so­lidaridad para superar la pandemia, trajeron consigo verdaderos sentimientos de amor al prójimo y responsa­bilidad con los demás, más allá de la conveniencia de cada quién.

Sin embargo, en la me­dida en la que se he perpe­tuado la crisis y sus efec­tos se han hecho sentir con más fuerza en los hogares, el sentir colectivo ha dado paso a la exacerbación de lo que veíamos antes de la pandemia: que en socieda­des posmodernas los indi­viduos no están orientados por intereses y objetivos co­munes, sino por una con­ducta cuyo único fin es ob­tener un beneficio personal y propio, la pandemia del egoísmo, como decía la ho­milía.

A eso hay que sumar­le la desesperanza que vive la humanidad, que ya es­tá globalizada y trae consi­go incertidumbre y riesgos que nos empujan cada vez más hacia el individualis­mo. En un sentido social y político, el desasosiego exis­tente conlleva el riesgo de llevar a la humanidad ha­cia el abismo, motivada por el desarraigo de lo común y por la destrucción de los la­zos que garantizan la cohe­sión social.

El problema es real. Zyg­munt Bauman ya lo adver­tía hace años en varias de sus obras, cuándo se pre­guntaba sobre los riesgos de prescindir “de los otros y de lo común como universo de convivencia”.

Si algo nos ha enseñado la pandemia es que no po­demos prescindir de lo que es de todos, de un espacio público que sea administra­do con la mayor eficiencia y calidad posibles. Nada en la historia es unidimensional, la crisis global a la que asis­timos no es la diferencia. Lo público y lo privado no de­ben divorciarse, mucho me­nos lo individual y lo colec­tivo.

Como humanidad y co­mo sociedad, necesitamos defender el bien común, encontrar el espacio don­de convergemos, detener en seco el individualismo, el populismo, que es su manifestación política; así como el capitalismo voraz sin sentido social, que es la manifestación económica de la actitud individualis­ta.

Hoy más que nunca, nuestra responsabilidad es evitar a toda costa que, al superar la pandemia, nos quedemos siendo indivi­duos desafectados de em­patía, sin alma ni corazón, atentos solo al metro cua­drado que me rodea, sin valores ni principios éticos. Hay que volver al sentido de cuerpo y priorizar lo co­lectivo, desde la solidaridad y el amor al prójimo.

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