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EL BULEVAR DE LA VIDA

Sir Robert Thomas

Desde aquel abril y desde aquellos doce años, uno ha llevado mal los tradicionales abusos y humillaciones del Departamento de Estado y sus embajadores hacia el pueblo de este país.

El drama se presenta periódicamente por una triste realidad que han conocido todos nuestros mandatarios, y es que desde antes de la invasión de 1916, nada importante ocurre aquí –(aprobación de leyes, establecimiento de una satrapía; la salida o llegada de un partido al Palacio Nacional)-, sin la aprobación del Big Brother, solo que, como decía Groucho Marx, a veces los familiares pueden ser los peores, y ponía de ejemplo al Tío Sam.

Finalizada la guerra fría y desmantelada la órbita soviética, los místeres se dedicaron a promocionar, entrenar y financiar organizaciones que hoy conocemos con el nombre de Sociedad Civil, SU sociedad civil “suya y de su propio peculio”, que coyunturalmente puede coincidir y aliarse con tal o cual partido, pero que en última instancia solo responde a la Embajada, al fin, el que financia paga y “el que paga manda”, dice el refranero dominicano.

Aquí es justo admitir que, gracias a las acciones de esa sociedad civil, para mantener a raya de sangre a cualquier país, los místeres ya no tienen que acudir a sus marines de tan demostrada vocación genocida. Si a esto añadimos el poder que les otorga su condición de principal socio comercial, y recordamos la importancia económica de nuestra comunidad domínico-estadounidense a través de unas remesas que junto con los aportes del narcotráfico, la prostitución, la corrupción administrativa y el lavado de activos, son la explicación de nuestra estabilidad social y política, entenderemos -sin justificarlas- las razones del tradicional comportamiento anti diplomático e innecesariamente irrespetuoso de los místeres hacia nuestros representantes, hasta hace muy poco.

Es ante tal realidad y peor escenario, que uno quiere admitir aquí sin que se haga costumbre, que nos cae bien el encargado de negocios de la embajada estadounidense en el país, Sir Robert Thomas, Sin excesos, pero nos cae bien. Y y todo porque a pesar sus antipáticas funciones de procónsul del imperio, don Roberto ha demostrado unas buenas formas, una educación doméstica, un buen manejo del lenguaje diplomático y un respeto -por lo menos públicamente- a la litúrgica solemnidad que merece todo jefe de Estado, aunque sea el mandatario de un Estado tan escenográfico y simbólico, como desde 1916 es el nuestro.

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