ENFOQUE

La Democracia en América en quiebre

La Democracia en América es un conocido libro del francés Alexis Tocqueville escrito tras un recorrido por la naciente República de Los Estados Unidos, en donde, desde el inicio de su historia, todo se vota, desde el encargado de un edificio hasta el Presidente de la nación, de ahí tomamos el modelo de democracia presidencial, típico de este continente.

El sistema político del continente se vio – como sería natural – afectado del totalitarismo implementado a partir de la primera guerra mundial, inicialmente por Stalin, pero al que con variantes se sumaron Mussolini y luego Hitler y, que tras la segunda guerra mundial y, casi inmediata guerra fría, apuntaló a muchas de las dictaduras existentes en casi toda América Latina y, en algunos casos, dio lugar al surgimiento de otras como en el caso de Chile.

La Tercera Ola de democratización en América en medio del mejor momento, de las “internacionales”, especialmente la social democracia y la democracia cristiana, se inicia en República Dominicana en 1978 y podría decirse que culmina en Haití en 1986 con la salida de los Duvalier, entonces sólo en Cuba no había gobierno surgido de elecciones.

Cuando se cierra el siglo XX, la democracia es el sistema triunfante en todo el mundo y sus parámetros se convierten en políticas públicas, sobre todo en materia de derechos humanos. La Democracia se puso tan de moda que, quien no la practicaba, se maquillaba para lucir “demócrata” situación que con la caída del muro de Berlín, se consolidó.

Sin embargo, en el momento de apogeo, se empezaron a advertir grietas que algunos endilgaron a las políticas neoliberales aplicadas, que aparentemente, aumentaron las brechas sociales y económicas en el continente, algo que si bien puede ser un elemento, no parece constituir el principal problema puesto que en realidad en casi todos los países las condiciones de vida mejoraron notablemente para la mayoría de los ciudadanos.

Conviene repasar cómo la democracia trajo consigo un efecto migratorio del campo a la ciudad y, desde países pobres a los ricos, al tiempo que los medio de comunicación colocaron en estado de información a la mayor parte del planeta vendiendo a ojos sedientos un patrón cultural de consumo fuera del alcance de los estratos más bajos y, entonces, llego la globalización y de inmediato el internet pasó a ser parte esencial de la vida de todos conectándonos en tiempo real: Uno de sus efectos fue, descalabrar a los partidos políticos.

En los círculos académicos se llegó a definir a la democracia como un sistema de partidos políticos y, se estableció que ésta, no existe al margen de ellos: Algo cercano a la verdad.

Pero las organizaciones políticas – obtenida la igualdad de las personas, el voto de la mujer, la reducción de la jornada laboral, los derechos sindicales y de salud, participación en los dividendos de las empresas, etc.., - perdieron algunas de sus viejas banderas y dejaron de tener claros sus objetivos, excepto el de gobernar: Muchos incluso tildaron esto como el fin de las ideologías, lo que desde luego, es un error.

La interconectividad masiva trajo a las organizaciones un aliado que se convirtió en adversario, la red, pues a través de ella outsiders – gente ajena al sistema o contraria a él, anti partidos – montaron sus plataformas políticas y, hasta ganaron elecciones, como sucedió en Brasil con Bolsonaro y, en cierta medida en Estados Unidos, no obstante que Trump fue presentado por un partido tradicional del sistema.

Otro fenómeno a estudiar es que los líderes de izquierda que libraron guerras en contra de las dictaduras, también se convirtieron en dictadores, como Ortega en Nicaragua y otros, surgidos de elecciones, también, como Correa; aún no empiezan las investigaciones científicas sobre el caso Chávez, quien encontró débil el sistema de partidos de su país, lo destruyó y en su epopeya de venganza acabó con la economía y la sociedad venezolana dejando a cargo de la nación de Bolívar a su elegido hasta la fecha.

La gestión pública de la izquierda, cuando sustituyó a la derecha, fue de mala calidad excepto en unos escasos casos como el de Lula en Brasil, el Presidente más popular del mundo y de mayores logros – quien sin embargo – terminó preso. Argentina y Perú, son cantinfladas de Estado y, en Colombia, aunque sobreviven los partidos, llevan la rienda partidos nuevos formados por la salida de líderes que se alejaron de los liberales y conservadores.

Otro problema nuevo es que tradicionalmente se ha considerado – con razón – a la prensa como elemento básico del sistema de libertades y, hasta se dice de ella que es independiente – un soberano disparate -, empero lo cierto es que la información y libertad de opinión son esenciales y consustanciales al sistema político… y su influencia por efecto de las redes, sobre todo por la inmediatez de estas, se ha reducido mucho dejando el control a gente que alegremente, sin ningún cedazo y sin consecuencias, propaga rumores, chismes, mentiras, destruye personas, actuaciones y, en particular, al sistema político porque ejerce el control público del Gobierno sin responsabilidad.

La Democracia – aunque nunca se dice ni escribe – es un sistema político de igualdad que requiere de ciudadanos, de personas con sentido de sus deberes y derechos y, eso es lo que no tenemos; se requiere que a esos seres humanos se les dote de una educación y, ese es el eslabón débil de la cadena de formación ¿Alguien conoce algún país desarrollado en que su gente no esté educada y se comporte cívicamente?

Esta semana un hecho criminal sacudió al eslabón más débil del sistema político interamericano, Haití, una nación sacudida desde su nacimiento por una crisis eterna fruto de su matriz social y de los orígenes de su independencia: Asesinaron al Presidente Jouvenal Moisse mientras dormía en su residencia e hirieron gravemente a su esposa.

Consternados, el continente y el mundo, vuelven a mirar hacia la tierra de Toussaint … sin ninguna idea de solución porque enmascarados en un complejo democrático no desean admitir que la democracia requiere de condiciones para nacer y, estas, no se dan en esa República: Debemos tomarnos 20 años, formar dos generaciones para sembrar en ellas el germen de la democracia en ese territorio que no nació, como el resto, tras una revolución independentista, sino de una revuelta de esclavos.

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