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EL BULEVAR DE LA VIDA

El talante democrático y el respeto a los suicidados

Cosa fácil es respetar los derechos ciudadanos de don Negro Veras allá en La Hidalga, o los de don Bruno Rosario Candelier, ese monje mocano de las letras interiores, oráculo de la paz y la palabra, ciudadano de la polis ateniense en Espaillat.

Rendir homenaje a ese ministro ad-vitam de la cultura y la amistad que es Fredy Ginebra es cosa fácil. Y es que el verdadero talante democrático se demuestra cuando se tiene el poder para dar a un mal ciudadano una pócima de su propia medicina pero, por no tener el derecho legal para hacerlo se resiste la tentación.

Lo ocurrido en el aeropuerto internacional Las Américas José Francisco Peña Gómez en contra de los derechos ciudadanos del ex procurador general de la República, Jean Alain Rodríguez, suicidado socialmente el día que en atentó e intentó ejecutar moralmente a una ciudadana solidaria como un cura de barrio, doña Miriam Germán, lo ocurrido, ya digo, es una señal sumamente peligrosa para la institucionalidad del país, y ya me explico. Y es que la vocación democrática se demuestra respetando a quien -por su proceder- no inspira ser respetado, pero debe serlo porque la ley no es inspiración sino mandato.

Si en algo estamos de acuerdo los dominicanos es en el hecho innegable de que la impunidad ha logrado corroer las bases de nuestra sociedad casi toda, y ya no nos quedan virtuosos ni entre las violinistas, por lo que es hora ya de que “lo mucho Dios lo vea”, y especialmente lo vea un gobierno que tiene ante sí el terrible desafío de reinventarse un país ético que perdimos o quizás nunca fuimos; frenar unas prácticas corruptas tan socialmente aceptadas que permiten que voto a voto, peso a peso y sin fraude, unos señores ciudadanos, más cuestionados que el portero de un puticlub ganen curules, senadurías, alcaldías o regidurías.

Mientras tanto, que se le aplique “el reglamento” que se dice en la guardia, que se le aplique “la letra chiquita” de nuestras leyes a nuestros presuntos delincuentes malqueridos y bien odiados pero que, sin el mandato de un juez, nada se haga que parezca un atropello, y no por el personaje suicidado, sino por la convivencia, por la institucionalidad, por la salud democrática de un país enfermo de Covid, desmemoria y demasiado cinismo.

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