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EN POCAS PALABRAS

¿Cómo negociar con Haití?

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Juan Guiliani CurySanto Domingo

Las relaciones Dominico-haitianas han tenido durante muchas décadas periodo de altas y bajas presiones mati­zadas por conflictos intrafron­terizos en cuanto a los límites territoriales como el rompe­cabezas de la migración irre­gular que está en su clímax al lado este de la isla Hispanio­la. Negociar con los haitianos se requiere de una paciencia parecida al personaje bíblico de Job, porque conocen darle largas al tiempo y no apresu­rarse con decisiones instinti­vas e improvisadas en la me­sa de las negociaciones. En ese aspecto, los negociado­res haitianos marcan distan­cia, son corteses, tácticos, pe­ro desconfiados, soliendo ir bien preparados al tratarse de negociaciones políticas como comerciales, sus lados fuer­tes. Una máxima negocia­dora es ir a la ofensiva y no a la defensiva. No suelen asistir acompañados de mucha gen­te al tablero negociador, don­de el carácter cuantitativo no es su denominador. La famosa reunión del 1936 de 1 contra 7 es un ejemplo. Los haitianos manejan sutiles tácticas dilato­rias, que son armas eficaces de obtención de objetivos. Para negociar con herramientas de previsibilidad hay que contar con amigos personales y con­tactos estratégicos en Puerto Príncipe. “La negociación es lo que usted obtiene, no lo que se quiere.” La impredecibilidad, la usan a menudo para lograr sus propósitos. Recientes di­ferendos limítrofes son espe­jos de otros ejemplos. Un caso internacional de negociación como lección de aprendiza­je fue la que desarrolló Henry Kissinger, exsecretario de Esta­do norteamericano, a raíz de las espinosas negociaciones con el régimen racista de Ian Smith de la antigua Rhodesia (hoy Zimbabwe) utilizó múl­tiples y audaces variables co­mo la irónica alianza con Pre­toria para poner fin al poder de minoría blanca en esa nación africana. Con Haití, se tornan casos complejos, complicados y delicados por nuestro com­partimiento geográfico, dife­rencias culturales, sensibilidad y relativo prejuicio de la clase política de ambos lados. To­da intención negociadora re­quiere principios de buena fe y respeto de mutua conviven­cia. Objetivos claros, sin debili­dades concesionales ni prejui­cios personales, son opciones de una negociación ganar-ga­nar, no perdiendo la visión del buen vecino, pero siempre de­fendiendo la soberanía y el te­rritorio.

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