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MIRANDO POR EL RETROVISOR

La voluntad política del taxista

Me desplazaba al filo del mediodía de ayer sábado con Frank, un taxista de Uber, con rumbo al sector Villa Consuelo por la avenida Duarte de la capital.

Como es costumbre en esa arteria comercial, el tránsito se tornaba lento y complicado, pero la razón no era tanto por el congestionamiento vehicular.

Frank y yo fuimos identificando una serie de realidades que son el pan nuestro de cada día en cualquier calle o avenida importante del Gran Santo Domingo, donde diversos factores se combinan para convertir las vías en un verdadero pandemonio, sin importar la hora.

Vehículos estacionados en paralelo y otros igualmente parqueados al lado de esos en el ya limitado espacio que queda libre para el desplazamiento.

Choferes del transporte público tomando y dejando personas hasta en medio de la vía, otros a la espera de pasajeros en las mismas intersecciones, donde les importa un bledo que la luz del semáforo cambie a verde y que otros detrás de ellos quieran avanzar.

Peatones circulando por la calzada porque las aceras están llenas de vendedores y mercancías. El conductor que no avanza porque se moviliza mientras habla o chatea por el celular.

El agente de la Dirección General de Seguridad de Tránsito y Transporte Terrestre (Digesett) que toma el control del flujo vehicular dando paso sin equidad, pese a que los semáforos funcionan sin contratiempos.

Otras muestras de imprudencia y falta de educación vial que, para no cansarlos evitaré mencionar, colocaron en sus puntos más elevados la ansiedad que tenía por llegar a mi destino y el estrés que generó en el taxista su intento infructuoso por avanzar con mayor fluidez.

Comenzamos a enumerar las posibles soluciones, como parqueos públicos en lugares estratégicos, recuperación de los espacios públicos, sincronización de semáforos, impedir el estacionamiento en paralelo, organizar el transporte público y aplicar las leyes con mayor rigurosidad, entre otras medidas.

Frank me argumentó –con mucha razón- que si dos ciudadanos comunes pueden identificar esos males en el tránsito y las medidas para enfrentarlos con decisión, con más razón las autoridades del sector transporte, los ayuntamientos que evaden su responsabilidad en ese sentido y el gobierno central sin planes a corto, mediano y largo plazo para enfrentar ese caos.

Coincidimos finalmente en que aquí falta voluntad política para solucionar el problema del tránsito y el transporte público de pasajeros.

Pero lamentablemente, ni Frank en el asiento del conductor y mucho menos yo en el del pasajero podemos, aunque nos sobre voluntad, hacer absolutamente nada para por lo menos paliar un problema, causa incluso de muertes cuando los ánimos se exacerban hasta por un simple roce vehicular.

Quien puede hacerlo ocupa otro asiento, el presidencial, solo falta saber si tiene voluntad política para acometer esa tarea ciclópea, pero tan necesaria e inaplazable.

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