El dedo en el gatillo
Un cangrejo en forma de acordeón
Trabajé algunos años junto a Jesús Rodríguez, un periodista que, sin darme cuenta, me enseñó a rastrear. Su peculiar formar de moverse llamaba la atención.
Uno no sabe en qué esquina va a morir. Ni en qué esquela nuestro nombre hará gala al sacrificio. Esa incertidumbre facilita la idea de vivir de cara al sol, porque hoy la duda ha matado a la resurrección, y la existencia de otro mundo con esferas duplicadas tiene otro tipo de lectura. Sin embargo, hay un tiempo que avanza con ojos abiertos, donde todo es tan relativo, como tomar una copa de vino, o pernoctar al aire libre.
Gracias a esos principios no recogidos en ensayos académicos, conformamos nuestra identidad y, junto a ella, una red de amigos de aquí y allá, con sus propias maneras, entuertos y deseos de hacernos la vida mejor.
Trabajé algunos años junto a Jesús Rodríguez, un periodista que, sin darme cuenta, me enseño a rastrear. Su peculiar formar de moverse llamaba la atención.
Caminaba arrastrando los pies. Sus rodillas y piernas abiertas enforma de acordeón. Iba de un lado a otro como puede hacerlo un borracho empedernido. Pero Jesús solo bebía agua; a veces, un sorbo de café antes de restregar su rostro con el Sol.
De niño, lo invadió la polio. Cuentan de un esquema mal nutrido y descuido familiar. Nadie lo tomó en serio y una mal formación congénita fue su compañera inseparable hasta la hora de su muerte. A cambio, trastocó el dolor por la sonrisa. Una intuición de servicio, una incansable manía de ofrecer afecto y de pulcritud profesional lo hicieron famoso.
Le decíamos “Cangrejo” por su carisma a la hora de la reinvención. Lo hacía lentamente, y saludaba a todos por igual. Nunca supe cómo se las ingeniaba para llegar a la oficina antes que nosotros, siempre con jovialidad y a prueba de mezquindades. Sabía esconder la sana picardía de quien sabe mucho pero siempre aprende algo nuevo: No llamar la atención.
Su rostro transpiraba una bondad personal. Sus escasos recursos no eran suficientes para andar en taxi, pero el precio de su piel le impedía sobrevivir de la caridad ajena.
Era un autodidacta ingenioso, no de esos dibujantes de oraciones maravillosas. Sabía colocar la información en lugar preciso. Esa virtud no nos fue ajena porque manejaba los grandes eventos como mensajes rescatados de un sonoro precipicio.
Al principio no la tuve a todas con él. Su eficacia despertaba el celo profesional y en ciertas ocasiones lo miraba de reojo como un ser inferior. Pero su altura profesional me aplastaba: ni siquiera se detenía en los dardos cruzados nacidos de mis ojos. Con el tiempo llegaron bromas, relatos, marismas y, poco a poco, lo llegué a sentir imprescindible. Fui incapaz de contradecir su visto bueno. Y muchos problemas me busqué por defenderlo.
Nadie lo igualaba con teléfono en mano. Su pequeña voz llamaba la atención. No necesitaba flores ni aguinaldos porque siempre se las arreglaba para no quedar escondido en una urna de cristal. Su olfato lo hacía otear en la distancia, descubrir permanencias y cursores. Todos tenían que ver con sus historias. Fue un privilegio verlo trabajar. Estrechar su mano era un acto inolvidable. Descubrir sus sueños, enaltecer a su familia y colaborar en lejanas urgencias tejieron emblemas inolvidables. Cuando acampaba la abundancia, solo entonces, llevaba a su familia unas pocas fundas con rastrojos de recepciones oficiales.
Fue el mejor de todos. Solo él tramitó la visita a la UNEAC de primeras figuras. Nunca olvido cuando trajo directo del aeropuerto “José Martí” al elenco de la famosa teleserie “La esclava Isaura” (1976), con Lucélia Santos y Rubens de Falco a la cabeza. Aquel día fue de locura.
Pablo Milanés, Pancho Amat, Arturo Sandoval, las orquestas Aragón, Enrique Jorrín, Los Van Van y de Elio Revé y los Grupos Moncada y Mayohuacán pusieron a bailar a la contagiosa multitud en los atardeceres de la UNEAC.
De reojo lo miraban intelectuales y poetas que anhelaban, inútilmente, llenos similares durante sus recitales y presentaciones de libros.
-Eso tiene que acabarse. Es un bochorno para la cultura cubana tales espectáculos populistas –decían entre dientes. Solo entre dientes
Algún día, la nuevas generaciones de artistas y periodistas cubanos deberán poner una placa en la sede de la UNEAC en memoria de Jesús Rodríguez, el laborioso cangrejo quien, al igual que Angelito, Santana, Berta, Rosita y un servidor, fallecimos junto a Nicolás Guillén para no ser testigos del aguacero que se nos venía encima.