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UMBRAL

Viejo instrumento, pensamiento y rentismo

Desde adolescente vi desfilar (nacer y morir) a los grupos en el viejo instrumento hasta la consolidación y hegemonía del actual, asaltado por su operador político a fuerza de traiciones y teniendo como armas fundamentales la simulación, la cercanía calculada y el falso afecto. La seducción inicial para el reclutamiento era la disposición a la “ayuda” y a la “solidaridad” para después pasar la factura y luego buscar un afianzamiento de la lealtad mediante el bautismo con encomiendas de choque para, como en las maras, probar la consagración a la familia.

Su hegemonía no sólo significó la eliminación de los grupos de oposición interna, sino también el arrinconamiento de las corrientes de pensamiento, la imposición del pragmatismo, definido ya el poder como fin en sí mismo, para el que la ética y la moral no podían ser referentes. Así, principios y métodos se convirtieron en obstáculos, las vías institucionales fueron pisoteadas, y eliminado el reconocimiento al mérito fundamentado en el trabajo y el esfuerzo impulsado por causas: el trabajo dejó de acumularse para dar paso a carteles de arribistas sin historias partidarias que decidieron robar, bajo el amparo del grupo, la cosecha que sembraron los auténticos accionistas del proyecto político. Los foráneos, militantes del poder, que no de las causas asumidas por el partido original desde sus prístinas teorías y compromisos colectivos, dieron forma al cartel que desdibujó el sentimiento de orgullo y convirtió al instrumento de las transformaciones, del cambio hacia el desarrollo, en una vergu¨enza. Ya “cartelizado”, asumido como instrumento rentista, comenzó a “cartelizar” al propio Estado desde un mando central con ramificaciones en todas sus estructuras, coronación con la que los hechos aislados de “indelicadezas” quedaron en el pasado: ya nadie actuaba por la libre; las ganancias, sin corte (en el sentido callejero y original), debían llegar de forma directa, sin intermediarios, al búnker. La orquesta se afinó y ajustó a la partitura de “La Cosa Nostra”, y “El Padrino”, mientras tomaba la ostia frente a feligreses reales, sentía como caían sus adversarios abatidos por las calles, y como la sangre que manchaba sus manos le olía a perfume. Pero no todos conocen las interioridades de esta degradada cosa, menos la mayoría instrumentalizada que pretenden utilizar de escudo para tratar (he escrito tratar) de detener a la justicia que procura reparar el daño a la sociedad.

Pero la historia no es ciega y prepara su tribunal acumulando sus miradas pretéritas descontaminadas de las pasiones del presente, despojadas del control de los resortes del poder del momento.

No es ciega, como no lo es la justicia cuando es justa, que ve lo poco como ve lo mucho; por ello las pequeñas batallas ganadas a suerte del despojo, no dan la victoria que, finalmente, certificará el relato científico tras escrutar los hechos que tuvieron como combustible a las fuerzas sociales que motorizan, con la dinámica de sus luchas, el incesante cambio que ajusta y acomoda (o desajusta y desacomoda) el curso económico, la vida social y la suerte política.

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