OTEANDO

Lo que me faltó decir

El día martes 2 de febrero del corriente, comparecí por ante la Comisión Permanente de Cámara de Cuentas de la Cámara de Diputados de la República Dominicana a postular como aspirante a formar parte de la Cámara de Cuentas de la República Dominicana. La experiencia fue magnífica porque, si bien en mi condición de exfuncionario me había tocado comparecer a la Cámara de Diputados a petición de una de sus comisiones, con el propósito de intercambiar impresiones conmigo sobre un anteproyecto de ley que reposaba en dicha Comisión, alusivo al Plan Nacional de Titulación, aquel fue un encuentro no evaluativo, sino de intercambio recíproco de ideas que enriquecieron dicho anteproyecto.

Esta vez fui entrevistado por unos comisionados que exhibieron un manejo acabado del tema que están tratando y, sobre todo, con un trato muy cordial hacia los participantes, todo lo cual nos dice que estamos avanzando y comprueba, además, lo que he dicho en otros artículos, en el sentido de que es falsa la mala fama que se quiere crear a los diputados de que son funcionarios que no trabajan. Precisamente el día de mi entrevista había allí una actividad excesiva, producto de las comisiones especializadas que, a esa hora, aún estaban laborando.

Sin embargo, por razones de tiempo -el cual fue respetado de manera rigurosa- no me fue posible decir todo lo que hubiese querido en relación con el órgano al que aspiro pertenecer. Por ejemplo, en lo relativo al perfil que debe tener una persona para pertenecer a este órgano, el cual, para mi debe ser el siguiente:

Debe ser un hombre o mujer bueno (a), porque como he comentado antes, John Ruskin dijo, en su último discurso en Oxford: “no podemos ponernos a pintar o a cantar para llegar a ser buenos, debemos primeramente ser buenos y, entonces, el color y el sonido completarán lo mejor de nosotros”; debe ser una persona con suficiente equilibrio psico-emocional y con experiencia de Estado, competente y capaz de -como sugirió Kant-, en materia de moral, privilegiar el deber ante la inclinación; en materia de libertad, privilegiar la autonomía ante la heteronomía; en materia de razón, privilegiar los imperativos categóricos ante los imperativos hipotéticos y saber distinguir lo inteligible de lo sensible, pues, como decían los romanos: “la vida es una comedia para los que piensan y una tragedia para los que sienten.

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