Opinión

OTEANDO

El imprescindible calor humano

El ser humano es gregario por naturaleza. No es verdad que ese estar juntos surge de la necesidad exclusiva de sobrevivencia por la obtención de las cosas materiales que implican techo, alimentos y todas y cada una de las que contribuyen al normal desempeño del ser humano. Todo eso va aumentando concomitántemente con la educación y el consecuente cambio de deseos y aspiraciones. Lo que sí activa la gregariedad de manera ineludible para el ser humano es algo, que a muchos, el ego no les deja confesar: la necesidad de afectos.

En mis años de juventud, influido por una costumbre impuesta por mi padre, las fiestas familiares eran solo eso, fiestas para los miembros del hogar. Al crecer viendo esto, en mis primeros años de matrimonio, apenas si cenábamos en noche buena y año nuevo mi esposa y yo. Ella se empeñaba infructuosamente en que hiciera una dialéctica de apertura que facilitara el aumento de los comensales en nuestra mesa sumando sus padres, los míos o alguno que otro hermano nuestro. Siempre se imponía un no que hoy retumba en mi propia conciencia como un gesto cavernario.

Vinieron los hijos y todo seguía igual. Siempre estábamos a la mesa -en nochebuena y año nuevo- mi esposa, mis hijos y yo. No fue sino hasta que mi hija, en su pubertad, me hizo el razonamiento de que las fiestas serían más divertidas si incorporábamos a más familiares (los abuelos, los tíos, etc.). Ello coincidió con que nuestras condiciones económicas -que ya cambiaban para mejor- nos permitían tener espacio físico más abundante en casa, lo que favorecía la propuesta de mi pequeña Rita Pilar.

Se discutió con los demás miembros de la familia y así fue decidido: la próxima nochebuena invitaríamos a tantos familiares como pudiéramos. La experiencia fue tan maravillosa que nunca más dejamos de celebrar esas dos fechas en ausencia de familiares ajenos al hogar. La institución cobró cada vez más fuerza, al punto de que nuestra casa campestre ha llegado a alojar más de una treintena de personas en esas ocasiones.

Este año solo pudimos saborear las nostalgias de los hermosos momentos vividos juntos. Nos vimos los rostros de apenas seis personas en nuestra mesa y solo queda el consuelo de Benedetti, quien decía: “El mundo cuando va mejor es una nostalgia y cuando va peor un desamparo; y siempre, siempre un lío”.

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