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EN SALUD, ARTE Y SOCIEDAD

El Renacimiento, la cultura engrandeciendo la política

Mucha gente deplora que un sector cultural beligerante y vanguardista asuma, militante, el carácter político de la cultura: sus imaginarios, bienes y servicios.

Anclaje “erudito” proveniente de sectores “apolíticos”. Promueven un concepto políticamente inocuo de la cultura, una actitud cultural “apolítica” en intelectuales, artistas, artesanos, intérpretes y creadores de todo tipo.

Pese a lo secular del requerimiento, nunca hubo acuerdo entre esos puntos de vistas. Algo bueno, hasta por simple derecho a la expresión, ámbito esencial para la vitalidad y vigencia de los sistemas culturales.

La educación, como instructora en contenidos, habilidades y paradigmas, difunde socialmente la cultura navegando en ella; una inter-transferencia que sólo lo paradigmático en que lo cotidianamente empírico deviene afecta, ajustándola positiva o negativamente.

Lo articuló la iglesia católica al encarnar como Academia griega que priorizaba las socionarrativas escolásticas resultado del manejo monacal del híbrido teísmo (cristianismo) y poder de raíz greco-romana y oriental.

La eclosión de tal enfoque incubó en el marcado interés del románico por recuperar la realidad y fidelidad representativas: conciliando fe y vida; elevando la sinergia hasta donde permitieron los saberes; incorporando una antinomia que, desde apelativos disrruptores, dotó a Dios de calidad centrífuga: referente conceptual primario, inmutable, cosmogónicamente esencial e inherente a todo.

Como la gente —iletrada— debía “saber” lo que los sacerdotes, se apeló a una lengua universal que la alineara alrededor de la iglesia. La noción fraguó en el románico y cuajó en el Renacimiento, eclosionando en un arte heroico que la satisfizo. Esa política religiosa impuso conceptos y roles al arte, según muestran los espacios catedralicios. La primera institución en usar densamente la cultura como política fue la iglesia, sin reparar en límites. Gracias a ello nos legó impresionantes obras escultóricas, pictóricas, poéticas y filosóficas. La antítesis cultura-política es insostenible, pues la actividad cultural tiende a politizarse para satisfacer las demandas temáticas ciudadanas, en medio de retos y riesgos de supervivencia; o para celebrar logros, la personalidad, poder, entorno, los valores y credos sustantivos del aspirado estado social y de derechos. Era natural que los sub poderes instrumentalizaran el arte para acreditar sus socionarrativas de poder y auto-percepción histórica: retratos de patrocinadores en los frescos eclesiales; obras poéticas, literarias y tratados filosóficos encomiando a los poderosos...

La cultura deviene, entonces, en recurso social de validación política.

Los artistas refrendan su objeto, otorgándole “existencia”: los post-impresionistas, vanguardias y post-vanguardistas, su entorno subjetivo y a sí mismos — Picasso, Walt Whitman, Neruda—, con determinados grados y calidades de varianza creativa.

Al percibir, acoger y mostrar un trozo del mundo (“framing”), ejercen una libertad de expresión-creadora connotativa de su filiación ideológico-política.

El “encuadre” eclesial que llevó al Renacimiento resultó, partiendo de Hauser, de esa dualidad del ser social escindido entre lo trascendente y lo cotidiano, lo real y lo inaprehensible.

Ambos mundos quedaron ahí. El humano, soberbio, refiriendo al imaginario. Pura metáfora humanista. Acto cultural nutriendo una concepción cultural derivada en políticas públicas eclesiales: educar (religiosamente) al pueblo. Así fue entonces. Hoy la cultura demanda otros retos, desde su óptica: ámbito para formar, preservar y compartir lo humano como magnifico.

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