Opinión

Eva, la eterna

Personas como ella existieron cuando el sol corría en remolino. Eran otras venturas y los aires disipaban las tormentas eléctricas.

Hoy, el surgimiento de una generación con sus propios valores éticos ha hecho posible el crecimiento ancestral.

Doña Carmen Quidiello fue una dama excepcional.

No la conocí. No estreché su mano, ni miré el fondo de su ojos llenos de amor. Tampoco compartí versos, ideas y veladas. Ella no era dada a los banquetes y recepciones públicas. Puso su obra literaria en segundo plano, porque apartar de su vida la vanidad y el ego.

Pero juntos compartimos una nueva patria y, dentro de ella, una creencia espiritual superior a las explanadas del destino: Ella como coprotagonista y yo de simple surtidor.

Lo hicimos por amor. El suyo fue siguiendo los dictados de la fe y en mi caso por el bien de los míos. Su conducta escaló escaños de rectitud. Desde joven fue sensible a los problemas de los humildes. Desde entonces, apartó de su rostro la sonrisa gratuita y la mirada compasiva. Me tocó el papel del descubridor en busca de tesoros de carne y hueso. Admiré su lado oculto. Su espíritu insurgente supo crecer porque anduvo donde el péndulo no puede.

Nacimos en extremos opuestos de una isla convulsa, pero no por ello vestí la facha mundana. Mi intuición siguió el rumbo de esa mujer que no creía en intuiciones sino en la rebeldía contra las ratas. Su vida estuvo al lado de otro fundador, alguien que supo distinguir a los hombres por el trasfondo del mirar. Juan Bosch la conoció cuando debía. Los primeros tiempos rebozaron de hermosura y en ambos casos, no quedaron en una linterna sin foco. Ella fue como un chorro de luz sin contrapelo: No pretendía fama ni riquezas al lado de quien podía cambiar el destino de los hombres Solo luchaba contra el poderoso ejército de sombras que rodeaba su paso triunfal. Todo lo dio por protegerlo, verlo crecer y creer en lo que hacía.

Tras la muerte de Bosch, algunos la olvidaron.

Un mundillo literario cercano de los grupos de poder se olvidó de su obra, o la minimizó. La ambición venció la honestidad de su escritura, su talento y trascendencia. El país que ayudó a construir le negó premios merecidos. Tampoco los buscó, ni se amparó en el prestigio de su esposo para alcanzar un espacio en el altar de “los famosos”.

En el año 2000 anunciamos la entrega de dos mil ejemplares de un cuaderno de fotos titulado “Gestos y gestas” publicado por la entonces editora “La Nación” e impreso en los talleres del periódico “El siglo”. Era una contribución a Bosch con imágenes ampliadas y algunas de sus frases célebres dentro de una carpeta destinada a la fundación que lleva su nombre.

En esa visita hogareña, doña Carmen no pudo compartir, pero la ocasión no le fue ajena y nos hizo saber la gratitud por el aporte. Los recuerdos volvieron a la mente de Bosch, como gaviotas insurrectas, al contemplar las impresiones digitales de aquella carpeta. Se retrotrajo al presente y por instantes, volvió a conocer el valor de la amistad.

Siempre he creído que el hombre (la mujer) no es un animal domesticable a mansalva de su dueño, con arreos para transitar por lugares predeterminados y manipular su control. Un hombre (una mujer) no se puede encerrar en un establo a comer heno mientras otros corren libres por campos llenos de esmeraldas.

Ser gente no es un don del cielo, sino una encrucijada que aparece en plenilunio. Nos marca el rumbo, el teorema a ser resuelto, la esperanza de buscar instancias intrincadas.

El mundo de ayer no existe.

El mundo de hoy es otro y, aunque nos desagrade decirlo, no es espacio para retrotraer escenas superadas.

Pero hay algo que ni el pasado ni el presente ni el futuro pueden variar. No sé lo que es, pero siento su constante martillar. Doña Carmen tenía la mejor respuesta y por suerte la dejó escrita: “ ¿Qué es eso de ser Primera Dama? ¿Y la Segunda Dama, y la Tercera?... La Primera Dama debiera ser aquella que lava su ropa en las orillas del río.

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