Santo Domingo 23°C/26°C thunderstorm with rain

Suscribete

El dedo en el gatillo

Pelea de gallos

Soy periodista porque no me queda otro remedio. Incluso, a estas alturas de mi vida, todavía no estoy convencido de si soy realmente un periodista.

Mis comienzos cubanos fueron irresponsables. Quería sobresalir más y ocupé espacios en la prensa para llamar la atención. No era una necesidad social para cantar verdades, denunciar burocracia dictatorial y robos despiadados: Fui periodista para advertir mi codeo entre famosos. Me movía entre ellos como pez en el agua. Podía ser juez de lo que hacían. Por eso algunos amigos comenzaron a mirarme de reojo y a comentar a mis espaldas. Pero nada ni nadie pudo arrastrarme al lugar de los mamíferos. Por el contrario, mi furia salía a relucir cuando alguien sonreía más de lo debido para elogiar mis escritos. Estaba convencido de haber tomado el rumbo de la inmortalidad. Y aquella eutanasia no fue lo bien digerida que digamos. Mi final no fue todo lo elegante que hubiera preferido. Pero como final al fin, llegó junto al convencimiento y comencé a restaurar mi resurrección sin pinzas ni cascabeles. Mi castillo se derrumbó y acepté de buena gana no subirme al carro del nuevo poder mediático. Mi clausura personal fue la despedida de aquella gloria efímera donde creí resplandecer en manos del periodismo fácil.

Siempre queda algún insecto vivo después de fumigar y no me arrepiento de una parte de aquellos escritos. Fue una etapa quemada. Si bien no la califico con estrellas, por lo menos me llevó hasta lo que he podido lograr hoy. Me divertí desentrañando los atuendos de la vida cubana en su lado menos populista. No todo lo que se escribe es oro, pero intenté llegar al cielo cuando apenas podía cruzar un charco.

Nunca me arrepiento de mis actos. Ni de las trompadas recibidas. Recibir trompadas no es algo indigno cuando ocurren en público, delante de personas dedicadas a trascenderlas. Por mucho que las mereciera, al menos, la gente no es dada a inmortalizar a un cobarde que acudió a la diplomacia para evitar los pleitos. A veces quien da las trompadas es quien las recibe. No importa si cae o no fulminado. Mi primera trompada cubana sucedió a la hora de un receso académico. Mi rival y yo fuimos al solar contiguo del colegio. Nos siguió una legión de curiosos haciendo sus apuestas.

Le propiné al muchacho un solo golpe, seco, demoledor, cuyo sonido resopló en aquel espacio abierto. Él cayó al piso y tuvieron que ayudarlo entre varios a volver en sí. No tuvo intentos de continuar la pelea y volvió a clases, mientras yo seguí rumbo a mi casa. Nunca más volvió a hablarme.

Mi primera trompada dominicana la recibí con la llegada de mi esposa, cuando fui a besarla después de cuatro años de ausencia: Ella me volteó el rostro con la misma frialdad que hoy mantiene frente a todo lo que significa mi persona. Mi esposa llegó enferma, sin sanación; nunca más ha vuelto a ser quien era y cada día sus trompadas demoledoras llegan a mi alma con complejo de culpa. Todo lo que le hicieron en Cuba durante mi ausencia no lopropicié, pero ella no lo considera así. En sus pocos instantes de lucidez me echa en cara la ausencia de mi mano protectora cuando más la necesitaba. Y esa es la trompada más fuerte que he recibido en mi vida. Hoy la asumo y la protejo como a una hermana descarriada. Todavía me duelen sus golpizas morales diarias. Y creo que en parte las merezco. Pero tenía que salir de Cuba a como diera lugar. El futuro de mis hijas no sería bailar en prostíbulos para turistas grasientos, ni mi hijo terminaría cargando cajas en el aeropuerto de La Habana.

Tal vez, para aligerar mi carga, un amigo dominicano me golpeó en la quijada en el parqueo del periódico “La Nación”, ante la presencia de mis compañeros. Tal vez ellos querían ver la destreza de un cubano boxeador. Los decepcioné. Su primer golpe en la mandíbula me elevó a las estrellas. Algunos me ayudaron a levantarme, y mientras regresaba a mis labores me acordé de aquel muchacho cubano a quien le di mi primera bofetada en las afueras del colegio. Su forma de regresar a clases fue similar a la mía en ese momento inolvidable. Siempre le estaré agradecido a aquel amigo que me dio el golpe fulminante. Entre las estrellas que cruzaron frente a mí pude ver más claro algunas etapas ciegas de mi vida.

Tags relacionados