ORLANDO DICE
Solo hablando
La gente -en el sentido más genérico– va a tener que acostumbrarse a la nueva comunicación política. Más abierta, más suelta, más cercana.
Si Luis Abinader decidió ejercer su presidencia de manera personal, no queda de otra que aceptar la modalidad.
Suyo el mandato, suya la forma.
Ese ánimo diferente podría atribuirse a temperamento, pero también a marketing. Si hubo librito de campaña, igual librito de gobierno.
El guion siempre lo escribe un experto, pero el éxito dependerá de la ejecución, y nada peor en un escenario que la sobreactuación.
El actor o político que no sea natural se pierde en su fallida simulación. Nadie puede ser distinto a sí mismo, pues el auditorio o el electorado se la llevan al vuelo.
El cambio se expresa de muchas maneras. Se le criticó a Leonel Fernández que a pesar de sus habilidades discursivas, no fuera muy dado a hablar con la prensa.
Danilo Medina fue casi imposible. Incluso le inventaron una excusa que nunca cumplió su cometido: que era político de acción, no de palabras.
Que le gustaba más hacer que hablar.
La realidad política -- sin embargo -- es otra. El político que no hable o no sepa hablar tiene la mitad del pleito perdido, aun cuando existen excepciones.
Mudos que llegaron al poder.
El Palacio Nacional luce inaccesible, cuando el Palacio Nacional quiere ser inaccesible. Conviene en esos casos coger calle y tener contacto directo con la población.
Abinader asume a su modo un trance que fue difícil en la Meca: Si Alá no va a la montaña, la montaña debe ir a Alá, siendo a su vez Alá y la montaña.
Los manuales enseñan que cada oportunidad debe ser única, y siempre será contraproducente matar su propio gallo en la funda. Otros tiempos, diferente ortodoxia.
Abinader rompe ese esquema, y habló en la mañana de matrimonio infantil y pasó balance a sus noventa días con un conversatorio en la noche.
¿Cuál fue noticia principal? Los periódicos del día siguiente decidieron que la dos, y esa principalía solo se logra hablando.