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EN ESPECIAL

¿Quiénes gobiernan?

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Cristhian JiménezSanto Domingo

El ejercicio del poder se lía en las redes y se torna difícil pa­ra los gobernan­tes anticipar respuestas “de librito” a los más elementa­les temas cotidianos.

Los gobiernos son frágiles y cualquier video viralizable provoca la variación de un decreto, retirada de una ley o rectificación de diseños de políticas públicas.

Esto se torna más gra­ve en plena vigencia de la “civilización del espectá­culo” que relativiza la ver­dad pese a los esfuerzos de los medios acreditados. Es mortal cuando algunos de éstos entran en el juego de esparcir el lodo cloacal pa­ra “aprovechar” lo viral.

La sintonía con el sentir popular o, más bien, con la activa clase media impre­sionantemente mediáti­ca, genera que los equipos oficiales estén pendientes minuto a minuto de lo se vierte en esos abrumado­res canales de “fobias y fi­lias” para rápidas respues­tas comunicacionales, que en muchas ocasiones se improvisan y causan un efecto contrario.

Tener el oído en la calle es positivo y evita la recu­rrente desconexión de los gobiernos con sus ciuda­danos, pero obliga a dis­tinguir entre el chismoteo y la postura política y la queja justificada y la críti­ca que reclama corrección y recuerda compromisos.

Los gobiernos del Parti­do de la Liberación Domi­nicana tenían control del aparato estatal y esa for­taleza les permitía inicial­mente ignorar reclamos de los votantes sin conse­cuencias electorales.

El PLD abusó de ese omnímodo pode

El PLD abusó de ese omní­modo poder y ese despre­cio de lo que gritaba el ciu­dadano por todas las vías, con fuerte énfasis en las re­des sociales, sobre todo las censuras a la corrupción y la impunidad, provocó la expulsión del PLD del po­der luego de 16 años ininte­rrumpidos.

Luis Abinader y el PRM se convirtieron en la op­ción a mano de los votan­tes para desalojar a un ya dividido PLD del Palacio Nacional, Congresoo Na­cional y los cabildos.

El drama para los po­líticos tradicionales en el PRM es que ese hastiado ciudadano dio carta con­dicionada a ese partido y asumió como compromiso el rollo de consignas elec­torales de campaña.

El presidente Abinader ha dado pasos en el comba­te a la corrupción y la impu­nidad y en dar participación a independientes en su ad­ministración para desparti­darizar asuntos sensitivos como la escogencia del mi­nisterio público, la direc­ción de contrataciones pú­blicas, las altas cortes y la defensoría del pueblo.

Sectores del PRM han resistido, y ocasiones desa­fiado, algunas de estas di­rectrices y la dirección de la organización ha rehusa­do instruir la destrucción del “barrilito” y “cofreci­to”, instrumentos de polí­tica clientelar que hacen desigual la lucha política.

Abinader se mueve en­tre reclamos cada día más fuertes de una desesperada población afectada econó­micamente por los impac­tos del Covid, que protesta consistentemente preten­siones de más impuestos, alzas de productos de gran consumo, apagones y al­zas en factura eléctrica, al­tos ingresos y beneficios de funcionarios, senadores y diputados y del otro lado, una organización oficial que asimila la fortaleza par­tidaria con la preservación de tradicionales beneficios, propios del siglo pasado (2 exoneraciones ilimitadas de vehículos por período para cada legislador, por ejem­plo). Otro problema es de funcionarios empresarios con agendas diferentes a las de Abinader y el PRM. (La incidencia de EE.UU. es te­ma aparte).

Un gobierno no puede ser pautado por tenden­cias en redes, pero tampo­co llegar a los extremos de la soberbia peledeista, de silencio presidencial abso­luto. Las fuerzas en el go­bierno tienen que reecon­trarse.

Los errores son propios de los inicios; no los ho­rrores.

Aprovechen que Fuer­za del Pueblo y PLD están entretenidos en sus con­gresos, aunque algunos personajes ya desfilan por Procuraduría y otean la peligrosa cuesta de enero.

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