PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA
A Jacobo II: le nacieron juntos hijo y revolución
El poder desorienta, porque engendra cortesanos y sus aplausos conducen a los gobernantes a confundir las convicciones personales con la realidad. Basten cuatro ejemplos: Jacobo II y su afán por imponer medidas favorables al catolicismo en Inglaterra; Jorge III y su obsesión porque las colonias americanas financiasen la deuda inglesa de la guerra de los Siete Años; Luis XVI y la bancarrota francesa y finalmente, el Zar Nicolás II y el desbarajuste del mayor ejército europeo en 1914: ¡el ruso!
Hacia abril de 1688, Jacobo II no solo intentó de nuevo que la Iglesia anglicana aprobara la dispensa del juramento de fidelidad a los católicos, sino mandó que se leyera en las iglesias. A los siete obispos anglicanos que lo enfrentaron, los encarceló, pero la justicia los absolvió.
Por esos días la Reina María tuvo un hijo varón, es decir, un futuro heredero católico inglés. Rápidamente la nobleza protestante negoció con el yerno de Jacobo II, el protestante holandés Guillermo III de Orange, quien invadió exitosamente Inglaterra, pues los militares protestantes cambiaron de bando. La Reina huyó con su hijo a Francia, donde Luis XIV la acogió y allá fue a dar Jacobo II, luego de botar al Támesis el sello real y escapar de la cárcel mientras Guillermo miraba para otro lado.
Amanecía la llamada Revolución Gloriosa inglesa de 1688 – 1689.
Todavía la católica Irlanda se sublevaría en 1692 con financiamiento francés y de Jacobo II. Los ingleses la castigaron con un código penal que les prohibía: tener clero propio; ser profesores; ocupar cargos públicos; cursar estudios en la Universidad de Dublín; comprar tierra; alquilarla por más de treinta años y ser abogados. Los productos irlandeses quedaron excluidos del comercio internacional desde 1793. Los católicos podían votar por los miembros de parlamento irlandés, pero ellos mismos no podían ser electos. La rabia perdura hoy.
En 1689, Guillermo III firmó el Acta de Derechos: el rey jamás podría ser católico; ni suprimir ninguna ley del parlamento; ni mantener un ejército en tiempo de paz, ni crear impuestos sin la aprobación del Parlamento. Tampoco podría imponer fianzas altas, ni castigos excesivos a los encausados, quienes solo serían procesados mediante jurados. Las elecciones al parlamento serían libres. La Gloriosa acarreó cambios y persistencias.
El autor es profesor
asociado dela PUCMM mmaza@pucmm.edu.do