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PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA

A Jacobo II: le nacieron juntos hijo y revolución

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Manuel Pablo Maza Miquel, S.J.Santo Domingo

El poder des­orienta, porque engendra cor­tesanos y sus aplausos con­ducen a los gobernantes a confundir las convicciones personales con la realidad. Basten cuatro ejemplos: Ja­cobo II y su afán por impo­ner medidas favorables al catolicismo en Inglaterra; Jorge III y su obsesión por­que las colonias americanas financiasen la deuda ingle­sa de la guerra de los Siete Años; Luis XVI y la banca­rrota francesa y finalmente, el Zar Nicolás II y el desbara­juste del mayor ejército eu­ropeo en 1914: ¡el ruso!

Hacia abril de 1688, Jaco­bo II no solo intentó de nuevo que la Iglesia anglicana apro­bara la dispensa del juramen­to de fidelidad a los católicos, sino mandó que se leyera en las iglesias. A los siete obispos anglicanos que lo enfrenta­ron, los encarceló, pero la jus­ticia los absolvió.

Por esos días la Reina Ma­ría tuvo un hijo varón, es de­cir, un futuro heredero cató­lico inglés. Rápidamente la nobleza protestante negoció con el yerno de Jacobo II, el protestante holandés Gui­llermo III de Orange, quien invadió exitosamente Ingla­terra, pues los militares pro­testantes cambiaron de ban­do. La Reina huyó con su hijo a Francia, donde Luis XIV la acogió y allá fue a dar Jaco­bo II, luego de botar al Táme­sis el sello real y escapar de la cárcel mientras Guillermo miraba para otro lado.

Amanecía la llamada Re­volución Gloriosa inglesa de 1688 – 1689.

Todavía la católica Irlanda se sublevaría en 1692 con fi­nanciamiento francés y de Jacobo II. Los ingleses la cas­tigaron con un código penal que les prohibía: tener clero propio; ser profesores; ocu­par cargos públicos; cursar estudios en la Universidad de Dublín; comprar tierra; alquilarla por más de treinta años y ser abogados. Los pro­ductos irlandeses quedaron excluidos del comercio in­ternacional desde 1793. Los católicos podían votar por los miembros de parlamento ir­landés, pero ellos mismos no podían ser electos. La rabia perdura hoy.

En 1689, Guillermo III fir­mó el Acta de Derechos: el rey jamás podría ser católico; ni suprimir ninguna ley del parlamento; ni mantener un ejército en tiempo de paz, ni crear impuestos sin la apro­bación del Parlamento. Tam­poco podría imponer fianzas altas, ni castigos excesivos a los encausados, quienes solo serían procesados mediante jurados. Las elecciones al par­lamento serían libres. La Glo­riosa acarreó cambios y per­sistencias.

El autor es profesor

asociado dela PUCMM mmaza@pucmm.edu.do

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