Opinión

POLÍTICA Y CULTURA

Yo quiero emborronar cuartillas y recordarlo

Illio Capozzi, soldado italiano, “hombre ra­na”, adiestrado pa­ra realizar sabotajes y misiones submari­nas, reclutado a finales de la Segunda Guerra Mundial, en el bando fascista de Be­nito Mussolini. Capozzi era una verdadera fiera huma­na que valía por una docena de combatientes. Contrata­do por Trujillo a finales de los años 50 del siglo pasado para crear e instruir en la Marina de Guerra dominicana, a un cuerpo especializado de mili­tares, llamados a realizar mi­siones especiales en defensa de la dictadura. Tarea gigan­tesca lo fue el plan de voladu­ra de los pozos petroleros de Maracaibo, Venezuela, idea macabra para lesionar a su enemigo personal, el presi­dente Rómulo Betancourt, en esa lucha a muerte que ten­dría su momento más dramá­tico, en el intento de matar al presidente de Venezuela con una descarga de explo­sivos que hizo volar por los aires el auto donde se trasla­daba el mandatario. Illio Ca­pozzi, espigado, rostro adus­to, permaneció en la Marina de Guerra dominicana en los años posteriores del ajusticia­miento del tirano dominica­no. La Marina lo necesitaba para fortalecer sus defensas, para crear guerreros.

Su mentalidad y creencias fueron sacudidas por el esta­llido de la revolución consti­tucionalista de abril del 65. Una noche, compartiendo con su compañero de habi­tación, el indomable Claudio Caamaño, le confesó, que era la primera vez en su larga ca­rrera militar, que peleaba por un principio de honor y deco­ro. Y le recalcó, que uno no elige el lugar donde nace y se desarrolla, pero sí puede es­coger el lugar donde pelear y morir por una causa justa y noble. Fue así como transfor­mó su vida en días y horas. Compañero de esa leyenda militar que llenó de pavor a los marines intervento­res de abril, llamado Ma­nuel Ramón Montes Ara­che, Capozzi fue uno de los héroes militares de la batalla del puente Duar­te la tarde del 27 de abril de 1965, cuando los bata­llones de infantería de la Fuerza Aérea y del CEFA, fueron derrotados por el pueblo en armas, junto a soldados constitucionalis­tas dirigidos por Francisco Caamaño, Montes Arache, y entre otros por Illio Ca­pozzi, que saltaba por los aires de trinchera en trin­chera improvisadas, lle­nando de pavor a sus ad­versarios.

El 19 de mayo de 1965, se integró a la toma militar del Palacio Nacional, comanda­da por el coronel Rafael To­más Fernández Domínguez. En medio del estruendo y la lluvia de balas, sus compañe­ros lo vieron brincar por los aires disparando al enemi­go, como una gacela bélica, cambiando de posiciones, to­cando con sus manos la verja del Palacio, para caer de ca­ra a la Patria dominicana de­fendiendo sus valores. Antes de ir al combate, Capozzi fue a despedirse del presidente Ca­amaño. Aquellos dos adalides se abrazaron con afectos entra­ñables. Capozzi le dijo: “Presi­dente Caamaño, Capozzi to­ma el Palacio Nacional esta tarde o no regresa jamás”.

Mañana, le rendirán ho­menaje al inaugurarse una sala con su nombre en la Embajada dominicana en Roma, con la presencia de un hijo que no llegó a co­nocer. Y yo quiero, embo­rronar cuartillas, y evocar­lo desde aquí con gratitud y admiración.

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