Opinión

Crimen en el Expreso de Oriente

Una discutible decisión diplomática echó por tierra las históricas relaciones entre la República Dominicana y Taiwán

La multitud prefiere mirar los puntos que avanzan en el tiempo. A mi me pasó al revés porque tarde vine a darme cuenta del matiz incoloro de un universo que solo tiene cerebro.

Pensé una razón vinculada a la aventura espiritual cuando un amigo me compró un boleto a Miami, recién llegado al Listín Diario. Y en ese instante padecí mi propia retroalimentación. Era tarde para alguien que había cruzado más de la mitad de su vida por callejones oscuros y paisajes desolados. Pero también fue el inicio de mi axioma. Llegué un viernes, y a mi alrededor se movían jaurías en busca de su presa. Me vi como un insecto asustado, y me marché dos días después, con olor a tierra removida.

Un año después conocí en Santo Domingo a Tomás Chen. Llegó ante mi escritorio del periódico para entregarme una postal y su sonrisa por el Día del Periodista. Imaginé otra razón por su llegada. Y no me equivoqué. Sus preguntas, a quemarropa, me estremecieron:

-¿Usted no ha viajado a Taiwán? ¿Le gustaría ir?

Semanas después me reuní con un grupo de colegas latinoamericanos en el Aeropuerto Internacional de Taipéi. Allí nos esperaba José Wang, devenido en guía y mentor durante ocho inolvidables jornadas. Con el paso del tiempo fue uno grandes amigos. Íbamos a cubrir los Juegos Mundiales de Kaochung, ciudad sureña taiwanesa donde no ocurren milagros. Después de vivir dos jornadas de eventos deportivos., a entonces Oficina de Prensa Gubernamental (GIO) nos devolvió a Taipéi con una agenda inolvidable.

A mi regreso llevé un informe de mi viaje a Tomás Chen y él, sonriente, lo rompió en mi cara.

-En Taiwán funciona la democracia. Solo nos importan las personas, no papeles entintados.

.En 2011 conocí a las hermanas de la Fundación Tzu Chi en la República Dominicana. De inmediato simpaticé con ellas y comencé colaborar con aquel pequeño grupo de voluntarias y voluntarios y juré ser un soldado más de la tropa fundada por la Gran Maestra Cheng Yen, para aliviar las catástrofes naturales y llenar de amor y esperanza a los desamparados.

Con las hermanas taiwanesas, viajé a La Romana, asistí a sus encuentros y visitas. En estos años, algo hicimos juntos: se abrieron casetas en las Ferias Internacionales del Libro, se tramitaron entrevistas de prensa, filmaciones y encuentros con los pasantes de periodismo del Listín Diario.

También me involucré como colaborador de la embajada hasta el día del desastre diplomático que manchó la historia dominicana. En esa inolvidable fecha, el embajador Valentino Tang me honró al invitarme a la ceremonia de descenso de la bandera de Taiwán. Fue un capítulo triste y humillante que no voy a referir.

En 2017 volví a Taiwán a un Congreso de la Fundación y a cumplir asuntos de salud. En el Hospital de Hualien me trataron médicos brillantes. Ellos, sin pretensiones oportunistas, salvan millones de vidas sin pedir favores ni prebendas. También conocí de cerca a la maestra Cheng Yen, quien, con su sola presencia y su mirada generosa, me otorgó las mayores distinciones de mi vida. Allí, en una reunión de voluntarios me incliné ante ella y su obra: volví a jurar por Taiwán y mi lealtad a Tzu Chi.

Y en toda esta aventura, me acompaño la hermana Mariana Ju. Ella me ha soportado con optimismo y fe en mi proceso de recuperación, como si fuera mi hija.

Mi salud se ha quebrantado y tal vez no vuelva a la primera fila de la Fundación. Pero siempre seré voluntario. Entre otras lecciones, Tzu Chi me enseñó que en algún momento de nuestras vidas todos tenemos que bajarnos la ropa cuando vamos al baño, desde un Presidente hasta el Papa. Unos frente a inodoros de porcelana, y otros en letrinas, pero todos se agachan sin ropas.

¿Cuál es el secreto de Taiwán? Tal vez sea el único país Tigre por la efectividad de sus Mypimes. En todos los hogares funciona una empresa familiar. Pesca, efectos electrodomésticos, corte y costura, mecánica automotriz, equipos de comunicación, computadoras, alta tecnología, joyas, ajuares, autos, aviones, edificios, acueductos, hoteles. Todos saben cómo generar sus propios ingresos sin ser empleados públicos. Tampoco necesitan grandes espacios ni plantillas abultadas. Y aprovechan el tiempo . Este 10 de Octubre es su fiesta nacional. Mucho le debe la democracia a esta pequeña isla donde viven 23 millones de personas que la aman y defienden.

A mis 18 años visité por primera vez el Barrio Chino de La Habana. Todavía funcionaban cines, pululaban tiendas de artesanía oriental; sus farmacias comercializaban productos naturales y su restaurant, entre otros platos, ofertaba las sabrosas maripositas chinas. No eran taiwaneses los que allí vivían, sino cantoneses escapados del famoso “Expreso de Oriente”. Mi padre me contaba del esplendor de aquellas calles engalanadas cada nuevo año lunar. Eran ciudadanos educados, silenciosos, sabían sonreír y sus rostros portaban humildad y respeto.

Pero el tiempo trajo sus máscaras. Cuando visité Cuba en 2015 no pude soportar mis deseos de volver a aquel barrio de mi primera juventud, y visitar alguno de los cines donde prometía amor eterno a mis novias de entonces.

Pero casi me desmayo al caer frente a una puerta cerrada. No siempre el colorido del envase es similar a su rostro interior.

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