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FE Y ACONTECER

“Allí estoy yo en medio de ellos”

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Cardenal Nicolás De Jesús López RodríguezSanto Domingo

XXIII Domingo del Tiem­po Ordinario

a) Del Libro del Profe­ta Ezequiel 33, 7-9.

Este pasaje co­rresponde a los tiempos del exilio en Babi­lonia, después de la destrucción de Jeru­salén (586 a.C.), en que el profeta anima al pue­blo desterrado con la espe­ranza de la repatriación. Él ha sido responsabilizado por Dios como vigía aten­to sobre las murallas de la ciudad para despertar al pueblo del pecado, para llamar a la conversión, pa­ra poner en guardia al que peca y se desvía del cami­no de la Ley del Señor.

Ezequiel será el centi­nela de un pueblo sin ciu­dad y sin muralla, el ata­laya que ha de avisar de los peligros que vienen al pueblo. El primero que de­be tomar conciencia de la responsabilidad moral in­dividual es el propio pro­feta. Deberá decir sí o no responsablemente a la pa­labra que Yahvé le hable. En su misión, el profeta deberá interpelar tanto al justo como al impío, debe hablar, alentar, convencer al pueblo de la bondad y la misericordia de Dios y pa­ra que obtengan su salva­ción.

b) De la carta del Apóstol San Pablo a los Romanos 13, 8-10.

Continuamos con la parte exhortativa de la car­ta a los Romanos en la que su autor quiere dejar esta­blecido que los cristianos tienen que dar prueba de su amor a Dios con hechos concretos, que se resumen en el mandamiento del amor de la Nueva Alianza. San Pablo repite a los ro­manos el mismo mensaje de Jesús cuando dijo a los fariseos que toda la Ley y los Profetas se cumplen en el amor a Dios y al pró­jimo. Acojamos, pues, la invitación de amar al pró­jimo como a sí mismo; en esto está toda la praxis del ser cristiano.

c) Del Evangelio de San Mateo 18, 15-20.

En este fragmento evan­gélico se distinguen dos partes: la primera: la re­cuperación comunitaria del pecador mediante la corrección fraterna y la segunda acentúa la pre­sencia de Jesús en la co­munidad de conversión y oración que es la Iglesia. El pecado en la comunidad eclesial es una realidad, porque la Iglesia no es una asamblea de ángeles sino de hombres y mujeres pe­cadores, que, en medio de limitaciones humanas, ca­minan unidos como her­manos hacia Dios.

Jesús refiere: “Si tu her­mano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros hermanos, para que todo el asunto quede confirma­do por boca de dos o tres testigos. Si no les hace ca­so, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquie­ra a la comunidad, consi­déralo como un pagano o un publicano”. Aquí se ve que la comunidad tiene la facultad de reconciliar al pecador bien dispuesto; o, en última instancia, de ex­cluirlo de la comunión de quienes comparten una misma fe y esperanza. En la literatura religiosa de la época hay lugares parale­los que pudieron inspirar la praxis de las primeras comunidades cristianas.

Jesús garantiza su pre­sencia en medio de dos o tres reunidos en su nom­bre, “donde dos o tres es­tán reunidos en mi nom­bre, allí estoy yo en medio de ellos”. Por eso, un prin­cipio básico de la celebra­ción cultual cristiana es que “Él (Cristo) está siem­pre presente en su Iglesia, sobre todo en la acción li­túrgica” (Constitución “Sacrosanctum Conci­lium” 7). Presencia que han de transparentar to­das nuestras asambleas y comunidades cristia­na, tanto a nivel de Iglesia universal como local o dio­cesana, de parroquias y de pequeñas comunidades, de congregaciones religio­sas y de grupos apostólicos de oración, estudio, acom­pañamiento y convivencia.

Cuando hay amor, la co­rrección fraterna es fácil y muy difícil, si no imposible, cuando no hay comunión fraterna. Es un hecho com­probado que en un clima fa­miliar la corrección resulta natural y se acepta, no pro­voca distanciamiento. Es importante que la persona corregida se sienta siempre amada por quien le corrige y por la comunidad a la que pertenece.

Fuente: Luis Alonso Schökel: La Biblia de Nues­tro Pueblo.

B. Caballero: En las Fuentes de la Palabra.

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