EL BULEVAR DE LA VIDA

Vaciar el mar con un pozuelo

Si analizamos las posibilidades que tiene el Ministerio de Educación de ofrecer clases de manera virtual a nuestros estudiantes, a partir de las condiciones de vida de nuestra am­plia clase media con internet, cisterna, plan­ta, inversor y una vivienda digna, estaremos confundiendo la magnesia con la gimnasia. La realidad de nuestros pobres es otra muy dife­rente. Hoy, ocho de cada diez hogares domi­nicanos no disponen del servicio de internet. Hace tres años, uno de cada cuatro hogares no disponía de agua potable ni de instalaciones sanitarias, para no hablar de hacinamiento o servicio regular de energía eléctrica. Entonces, ¿de cuál virtualidad hablamos? A pesar de ser líderes regionales en crecimiento económico desde hace décadas, somos el país de la des­igualdad social en el continente del mismo tí­tulo, y cada tragedia (el COVID o Laura) solo sirve para mostrarlo y demostrarlo.

A corto plazo, es imposible ofrecer clases de manera virtual a nuestros estudiantes, porque los lugares donde gran parte de los dominica­nos viven o más exactamente sobreviven, no merecen el nombre de vivienda sino “tumba, féretro o sepultura” para recordar a don Pedro. ¿Qué podemos hacer antes de que unas pobla­das sin abril nos sorprendan, y la paz social nos estalle en las manos como una granada ente­rrada en la tumba de todas nuestras sempiter­nas injusticias? (¿Qué es un rico en el exilio? ¿Qué es un hombre sin su patria?)

¿Qué hacer? Centrar el Presupuesto Nacio­nal en mejorar la condiciones de vida de las fa­milias dominicanas iniciando un agresivo plan de construcción de viviendas, llevando el ser­vicio de internet a todo el país por encima de sujetos del poder municipal que extorsionan a las telefónicas para la instalación de antenas imprescindibles para la conexión. Concentré­monos en sembrar el país de viviendas dignas, (un Ciudad Juan Bosch en cada municipio), y entonces algún día podremos hablar de edu­cación virtual o civilización posible.

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