Kamala y el nuevo relato

Joe Biden y Kamala Harris, la fórmula demócrata para las elecciones de noviembre próximo.

Joe Biden y Kamala Harris, la fórmula demócrata para las elecciones de noviembre próximo.

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Carlos Alberto MontanerSanto Domingo

Ha hecho muy bien Joe Biden en elegir a Kamala Harris como su VP. Puede tomar las riendas de USA si Biden muere o se incapacita al frente de la Casa Blanca. Al fin y al cabo, si gana las elecciones de noviembre comenzaría su mandato con 78 años. Sería el presidente más viejo que ha llegado a gobernar en el país. Sólo es tres años y medio mayor que Donald Trump, pero el presidente tiene un aspecto más juvenil, producto, tal vez, del bronceado.

Kamala Harris es, como Biden, una demócrata centrista. Los dos grandes partidos estadounidenses son coaliciones ideológicas. En el partido demócrata ser de “centro” quiere decir ser un conservador en materia fiscal, como lo eran Bill Clinton y Al Gore, aunque Biden-Kamala tendrían que negociar con los sectores del partido que se hacen llamar “progresistas”. Estos creen en extender el Medicare a toda la población, y en pagar total o parcialmente la cuenta de los estudios universitarios, bajo el argumento de que no se trata de un “gasto” sino de una “inversión” en el futuro de la nación. Más o menos como ocurre en Europa.

Naturalmente, tanto los demócratas de centro como los progresistas tienden a estar de acuerdo en estos cinco grandes temas:

• La necesidad de que las iglesias no influyan en los asuntos públicos (aunque el 90% de los norteamericanos creen en Dios y el 56% supone que la descripción de la Biblia se ajusta a la verdad).

• Los “derechos reproductivos” en manos de la mujer (una expresión que autoriza el aborto).

• El control de las armas de fuego y el alcance real de la Segunda Enmienda.

• Las bondades de la inmigración regulada.

• Las ventajas del comercio internacional.

En Estados Unidos jamás he escuchado a nadie con peso político real defender las supersticiones marxistas, y mucho menos proponer una dictadura para solucionar los problemas que inevitablemente existen. La fortaleza de la democracia norteamericana radica en que ni republicanos ni demócratas, donde se inscribe el 95% de los electores, tienen como objetivo destruir el sistema que les ha permitido convertirse en la gran potencia que ha sido a lo largo de los siglos XX y XXI. Tal vez esa es la gran diferencia política con Europa. En USA no hay “Podemos”.

Eso no quiere decir que no haya personas insensibles al dolor ajeno, pero jamás han sido grupos decisivos en la sociedad norteamericana. Vistosos y estridentes sí, como las dirigentes de “Black Lives Matters”, capaces de saludar con admiración a Fidel Castro, pero mucho menos que los “Panteras negras” de los años sesenta. O como los émulos de Adolfo Hitler, empeñados en una visión racista o supremacista blanca, vinculados al KKK, o sus adversarios del “Antifa”, tan parecidos a sus enemigos a fuerza de oponérseles.

Por supuesto, republicanos y demócratas evolucionan en la medida en que se producen importantes cambios demográficos o de perspectiva generacional. Los republicanos fueron el partido de Lincoln, el de la emancipación de los negros. Los demócratas, en cambio, fueron el partido del KKK y de la segregación racial. Sin embargo, hoy los negros están más cerca de los demócratas. Hasta mediados del siglo pasado la mayor parte de los universitarios blancos eran republicanos. Hoy son demócratas.

De alguna manera, hoy el Partido Demócrata se parece más a la sociedad multicultural del siglo XXI que el republicano. Kamala es la mejor prueba de ese multiculturalismo: es hija de una india y de un jamaicano muy cultos, y está felizmente casada con un abogado judío, lo que no deja espacio para la sospecha de antisemitismo. Israel, que ya sabía de la lealtad de Biden, puede también contar con la de su VP.

¿Por qué Joe Biden eligió a Kamala Harris como VP? Seguramente porque es muy inteligente y tiene experiencia en campañas políticas, pero también porque es una mujer “de color” que ha elegido ser “afroamericana”. Un poco como Barack Obama escogió ser un negro americano, pese a tratarse de un hawaiano (un archipiélago absolutamente mezclado que no conoció la esclavitud, pero sí la expansión colonial de Estados Unidos), hijo de un economista negro de Kenya y de una antropóloga blanca, cuyos abuelos blancos lo criaron, presuntamente, como un muchacho de clase media.

La capacidad norteamericana para generar y absorber los cambios es pasmosa. Eso incluye la concepción de lo que antes se llamaba el “discurso”. Una parte sustancial de la sociedad no logra emocionarse con las historias de Washington, Jefferson y los Padres Fundadores. Para los negros eran unos esclavistas desalmados. Para los méxicoamericanos fueron los imperialistas que les arrancaron la mitad del territorio.

Ese relato “blanco” ha sido sustituido por otro mucho más aceptable para los afroamericanos y para el aluvión de inmigrantes de todas las razas y los credos religiosos: el patriotismo constitucional. No hay otro vínculo más importante que la subordinación a la Constitución del país.

Hoy a Estados Unidos se le quiere por haber sido un formidable refugio de inmigrantes de diversos orígenes que llegaron en busca de libertad y prosperidad. Es una “patria-resumen-de-las-virtudes-europeas”, incluida la lucha por los Derechos Humanos. A USA se le admira por su fortaleza financiera, militar, científico y técnica. Por la calidad de sus mejores universidades y los centros de investigación, por su inventiva, y por haber sido la locomotora y sostén del planeta después de la Segunda Guerra mundial, durante el periodo de la Guerra Fría, mientras la URSS sufría un peligroso espasmo imperial que terminó arruinándola y, finalmente, la liquidó.