FIGURAS DE ESTE MUNDO
La gran tormenta
Jesús demostró una y otra vez su poder ilimitado sobre la naturaleza. Un día, al caer la tarde, a orillas del mar de Galilea, les dijo a sus discípulos: “Pasemos al otro lado”. Sin dudas necesitaba un breve descanso en la otra orilla del lago, que estaba casi despoblado. Entonces despidieron a la multitud y atravesaron las aguas en una barca. De pronto se desató una tormenta. El viento soplaba tan fuerte que las olas se metían en la embarcación, de suerte que estaba a punto de naufragar. Los discípulos pensaron que esta fuerte borrasca, con propiedades de huracán, acabaría con ellos. Entre tanto, Jesús dormía apaciblemente en la popa, sobre un cabezal. Había pasado un día completo de predicación y curaciones, y estaba tan cansado que no lo pudo despertar ni la tempestad. Naturalmente, ningún acto era casual para el Maestro. Ese momento de sueño sirvió para probar la fe de sus seguidores. En efecto, ellos lo despertaron y le gritaron: “Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?”. El hijo de Dios se levantó y reprendió al viento y el mar: “¡Calla! ¡enmudece!”. Enseguida el viento cesó y sobrevino una gran calma. A continuación Jesús dijo a sus discípulos: “¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe?”. Pero ellos se llenaron de un gran temor y se decían unos a otros: “¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?”. Habían quedado perplejos, asombrados, ante el poder sobrenatural de Cristo. Nunca habían visto una tormenta cesar de inmediato y de un modo tan perfecto. El que puede hacer un milagro como éste puede hacer cualquier cosa. ¿Cómo no confiar en Él? (Ver Marcos 4: 35-41).